domingo, 1 de noviembre de 2015

Mientras la huesuda nos alcance

Por: Norma Márquez

“¿Es verdad que se vive sobre la tierra?
No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí.
Aunque sea jade se quiebra,
Aunque sea oro se rompe,
Aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí.”

Netzahualcóyotl
Cantares mexicanos

Si todo por servir se acaba, la vida es una de ellas, aunque los mexicanos le damos continuidad a través de una de las fiestas populares más arraigadas del país: la celebración del día de muertos. Frente a ella, el ojo extranjero mira perplejo una tradición que pareciera burlarse del  desconsuelo que acarrea la muerte de un ser querido, mientras que el 1 y 2 de noviembre el mexicano hace de la eternidad una algarabía tan cotidiana como la vida.

No hay burla de por medio, y lejos de negarla, principio y fin se unen con suficiente júbilo para inmortalizar cada año a quienes se nos adelantaron. Si todos vamos para allá ¿por qué no conmemorarlos?, aún con respeto y cierta nostalgia pero ya no con dolor, sino con color.

Cada región de México varía en matices para tributar a sus difuntos, pero todas llevan la misma intención. Por ello, he aquí parte de la historia, magia y secretos del tradicional y honroso día de muertos, una fiesta de origen prehispánico que persiste a pesar del tiempo y de las costumbres anglosajonas, ya sea visitando y adornando la tumba de quienes se nos adelantaron o reuniéndolos en coloridas ofrendas, evocándolos en un ritual donde la artesanía ancestral adoptada por los vivos convive con el misticismo de los muertos, invitándoles algo de lo mucho que apreciaron en vida.


“México lindo y querido, si muero lejos de ti…”
Parte de las costumbres prehispánicas fueron aceptadas por los evangelizadores españoles, de ahí que las ofrendas mezclen aspectos religiosos con elementos que simbolizan las creencias de los pueblos indígenas en cuanto a la vida después de la muerte.

Por ello no es de extrañar la inclusión de cruces y la fotografía de los finados encabezando la ofrenda como una manera de traerlos al aquí y al ahora, agregando veladoras para iluminar el camino de las ánimas como aportación europea, aunque los antiguos mexicanos utilizaron ocote para el mismo fin. Sin importar uno u otro elemento, la luz alumbrará la ruta para que los muertos entonen: “…que digan que estoy dormido, y que me traigan aquí”.

“Entre flores nos reciben y entre ellas nos despiden”
Cualquiera que sea, las flores siempre hacen gala en el recibimiento de un invitado de honor ambientando el lugar, y en una ofrenda aportan más color junto con los manteles de papel picado. Sin embargo, la nochebuena es a la navidad lo que el cempasúchil es al día de muertos. De amarillo intenso, esta flor es ornamento indispensable en una ofrenda, y deshojada marca la ruta que guiará al difunto al altar.
Flor de cempasúchil

“De limpios y tragones están llenos los panteones”
Por ello habrá que deleitar a quienes se nos adelantaron con bebida y gastronomía típica de cada región, sin que falte el tradicional pan de muerto, cuyo deleite se suma a las calaveritas de azúcar que, por cierto, asemejan a los temidos tzompantli, hileras de cráneos de los sacrificados en honor a los dioses en la época prehispánica y que los españoles satanizaron considerándolos inapropiados. De ahí que actualmente los dulces de alfeñique tengan grabado el nombre de los difuntos para formar parte de la ofrenda.
 
Calaveritas de azúcar
“Sale un verso sin esfuerzo”
Picardía e ingenio literario caracterizan los versos de las llamadas calaveras, en las que se personifica a la “huesuda” advirtiendo a sus víctimas o a manera de epitafio humorístico para el difunto. Y qué decir de las calaveras estampadas, con la flaca vestida de gala y color, como La Calavera Garbancera, mejor conocida como La Catrina, que inmortalizara el ilustrador hidrocálido José Guadalupe Posada.


“Me quitarán de quererte, llorona, pero de olvidarte nunca…”
Además de los anteriores, muchos son los elementos que conforman la ofrenda del día de muertos dependiendo de la región, pero en todas ellas el color caracteriza el rito de la memoria, entre artículos para recibir al difunto y utensilios con diferentes simbolismos, como la purificación con la sal, el esqueleto aludido en el pan de muerto, las cañas como las varas donde se ensartaban los cráneos o el uso de incensarios con copal para aportar fragancia y sublimar la alabanza. Todo sobre un petate a manera de lecho, en el que el difunto descansará tras su viaje.


Si bien la evangelización europea fusionó las costumbres prehispánicas con la conmemoración de los fieles difuntos y todos los santos, no debemos olvidar que los antiguos indígenas ya concebían a la muerte como dualidad de la vida, incluso la asociaban más a la fertilidad que a la desolación, venerándola en ofrendas bajo la protección de Coatlicue y Mictlantecuhtli, deidades de la Tierra y el inframundo.

Por ello, mientras la huesuda nos alcance, de nosotros dependerá la persistencia de una tradición milenaria que, si bien no nos devuelve a quienes partieron, nos los presta simbólicamente para una afable convivencia llena de júbilo y raíces. No por nada la riqueza de esta tradición es considerada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.


FUENTES: Lome, Emilio Ángel, “Muertos… ¡pero de gusto!” Editorial Altea Colección Tejedores de la flor y el canto, México, 2002; UNAM, Biblioteca Digital de la Medicina Tradicional Mexicana; Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI); Brújula de compra de Profeco; Rohde Teresa, Torres Blanco Alfredo, “El día de muertos”, Editorial Patria Colección Piñata, México 2003. 

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