lunes, 28 de julio de 2014

Las calles de…José de la Herrán (2ª Parte)

Por: Norma Márquez

Nostálgicas son aquellas memorias en las que encender la radio era motivo de reunión familiar. Tras oír el famoso eslogan “la voz de la América Latina desde México” la parentela (en ese entonces, por lo general, numerosa) se congregaba alrededor del aparato para disfrutar la comedia de Leopoldo Fernández en La Tremenda Corte. También están esas historias en las que era necesario ajustar la antena y escala de grises al televisor para seguir la vida del sufrido Gutierritos, reír con El Club del Hogar o atestiguar talentos en ciernes en Estrellas Infantiles Toficos, donde los niños cantaban o bailaban por un premio de 100 pesos y su dotación de chiclosos Toficos.

Entonces, este tipo de producciones eran todo un reto creativo y tecnológico. Hoy, el abrumador impulso de aplicaciones computacionales facilita el proceso. Ante ello y frente a la accesibilidad actual de hacerse de música e imagen portátil, las aportaciones del Ingeniero José de la Herrán parecen diluirse en olvido de la practicidad. Resulta irónico, pues, cuando él es testigo y protagonista vivo del origen de la radio y la televisión en México. Tecnólogo de profesión, astrónomo por afición, mecanófilo declarado y un ávido por divulgar la ciencia y su respectiva técnica. Ahí nomás.


El Ingeniero, dispuesto a entrevistarlo 

La elegancia lo caracteriza, pero sería injusto limitar al porte la descripción de una personalidad quien, dada su relevante aportación tecnológica al país, bien podría darse ínfulas de ser quien es y estacionarse en la inaccesible deidad.

Esta es la segunda parte de Las calles de José de la Herrán, mezcladas con su vida, obra y disposición a compartirla con este par de curiosas por su historia que, fuera de un protocolo riguroso y dentro de un ambiente cordial entre uno que otro chascarrillo, muestra la gentileza de un hombre sencillo, a pesar de su trayectoria…



Desde la milpa vecina a la XEW
Regresemos un poco a su infancia, que califica como poco común pero muy provechosa. Y hablaba en serio, pues aunque los hijos de los dueños de la Hacienda de Coapa eran de su edad, tuvo poco contacto con ellos. Mientras, aprendió mecánica en la planta de la XEW desde muy chico, debido a su acostumbrado acomodo de herramienta y a que veía la labor de otros trabajadores. Incluso gracias a ello y a su gusto por los relojes armó y desarmó varios de ellos. 

Hablando de Coapa, ahí vivió desde los cinco y hasta los 24 años, en el margen despoblado de la ciudad, de la que se sentía alejado. No es para menos, pues de esa zona al límite del territorio citadino había seis o siete kilómetros de distancia.
Fotografía de Coapa, cortesía del Ingeniero

Chapultepec 18
Actualmente es difícil imaginar algún terreno baldío en la ciudad, más aún cuando se trata de las inmediaciones del centro. Y es que, para instalar Telesistema Mexicano, el ingeniero, su padre y el mismísimo Emilio Azcárraga midieron el terreno de Chapultepec ¡con una simple cinta!

Ahí empezó la historia del ingeniero De la Herrán en la televisión que, en tiempos de El Tigre Emilito se convirtió después en Televisa. Quién diría que aquello ahora rodeado de asfalto, edificios y una antena visible desde varios puntos de la ciudad, en aquél entonces fue totalmente llano.

Consolidando su firma y amistad
En los años 50, la esquina de Isabela Católica y Viaducto dio fe de la fundación de Cicesa,  Compañía de Ingenieros en Comunicaciones Eléctricas en la que, junto con su socio y amigo el ingeniero Carlos Caballero, dedicaron su esfuerzo y conocimientos a la fabricación de equipo de radiodifusión. Posteriormente trasladaron su empresa a la calle de Tamaulipas, en la colonia Condesa.

Calle Tamaulipas, donde instalaron Cicesa
De Tlalpan a Ermita Iztapalapa
Además de la calle Ayuntamiento, donde se sitúan los estudios de la XEW, otra vía importante para él fue Ermita Iztapalapa, luego de que se cambiara la planta de la W a esta avenida, mientras que en 1951 se instaló en Tlalpan 3000 el salón de transmisores “los más potentes de América Latina”. Ahí vivió cerca de 20 años.

Cristalizando proyectos
Fue en 1970 cuando el joven De la Herrán entró a la universidad especializando sus conocimientos en Ingeniería, mismos que aplicó para la construcción del Observatorio Astronómico de San Pedro Mártir, en Baja California.

Telescopio de San Pedro Mártir, cortesía del Ingeniero
En tanto, junto con su padre construyó una casa en la calle de Berlín, dentro de la aún plácida zona de Coyoacán y donde ambos vivirían casi hasta la actualidad.
Luego del objetivo en Baja California, se pensó seriamente en construir un planetario en la capital, porque ya existía el del IPN pero hacía falta uno al sur de la ciudad pero, a pesar del interés por la Rectoría de la UNAM, el proyecto no prosperó por falta de capital.

Universum, por un gusto personal
Como vimos en la primera parte, la inquietud del adolescente De la Herrán por un museo de Ciencias en la ciudad fue el detonante para crear uno cercano a la gente: el Túnel de la Ciencia en el interior del Metro La Raza.
Croquis del Túnel de la Ciencia en el Metro La Raza


Más tarde, fiel a sus expectativas, se levantó UnivesumY es que él considera que el gusto por los museos “viene cuando uno los conoce a la edad adecuada. Después es difícil, por eso ahora nos fascina que lleguen niños por miles a Universum, que miren, entiendan y vean con sus ojos un mundo muy diferente a la sala de sus casas”. 
Placa conmemorativa de la apertura de Universum

Cuenta que el doctor José Sarukhán, entonces coordinador de Investigación Científica de la UNAM, pensó seriamente en un museo, por lo que mandó a un grupo de científicos e investigadores a recorrer varios de ellos, como el Detusche Museum, en Munich, Alemania. “Yo ya lo conocía, así que me uní a la idea y dije ¿para qué soy bueno?”

El ingeniero tenía en Universum más de 200 aparatos originales y aunque algunos de ellos han sido cambiados, siempre buscaron que fueran móviles, donde el usuario pudiera hacer ajustes y viera cómo funcionan. “Ya se logró el museo y ahora tenemos más de una docena en la república con esas características”.

Coincidiendo con él, los museos ponen el mundo al alcance de los niños, “no son tontos, muchas veces son más inteligentes que los papás, sólo necesitan que los comprendan y, cuando preguntan, darles una contestación lógica y sencilla”.

¿Y el planetario?
Como ingeniero tecnólogo, De la Herrán se ha dedicado a la divulgación “para que la gente se interese en temas que a uno le atraen”. Por ello nuestro entrevistado insistió en la idea de un planetario, y no cualquiera, sino uno para la UNAM pues aunque Universum tiene uno pequeño, la UNAM debía tener “EL PLANETARIO”, el más grande de Latinoamérica.

Comentó que con Juan Ramón de la Fuente hicieron el esfuerzo. De la Herrán le advirtió que un planetario del tamaño de la UNAM costaría 20 o 30 millones de pesos y aún así el entonces rector estaba muy entusiasmado.

Uno de tantos reconocimientos a su labor

El proyecto se publicó en la gaceta pero no progresó. “Creo que en parte porque algunos miembros del Instituto de Astronomía pensaban que los planetarios estaban en vía de obsolescencia. Y no es cierto, porque en ese tiempo se inauguró el de la ciudad de Nueva York, que es una maravilla. Sin embargo, la idea sí se oyó y el que entendió fue el Papalote (Museo del Niño) así que la UNAM ya está en deuda en ese aspecto”. 
Las caras del Sol, en el Túnel de la Ciencia

El ingeniero nos platicó que, luego de estudiar astronomía durante diez años, hubo quienes creyeron que era astrónomo, pero él se considera aficionado pues no tiene un documento que lo demuestre. Eso sí, advierte que la mayoría de los grandes descubrimientos han sido hechos por aficionados “ahí está Herschell que era músico y descubrió a Urano ¿por qué? Porque le gustaba ver el cielo y construyó un telescopio, el más grande de su época”.


Remembrando la ciudad de antaño
El Ingeniero no puede evitar ocultar su añoranza al comentar que hace 30 años los niños jugaban en la calle sin riesgo y sin tránsito que lo impidiera. Recuerda los tiempos del tranvía La Rosa (que, por cierto, era de color rojo) circulando por la colonia Santa María la Ribera, que tenía un costo de cinco centavos mientras que el abono era de 3.50 con duración de un mes. “Después algún `inteligente` lo quitó…un sistema eléctrico que no contaminaba”.

Asimismo, llenándonos de asombro nos recordó que, antaño, avenidas como Río Churubusco, Río Consulado y Viaducto Río de la Piedad eran exactamente eso: ríos que llevaban agua limpia y que después entubaron.
 
Guía Roji de 1957, cortesía del Ingeniero
Hablando de calles
Considera un error garrafal que los gobiernos cambien los nombres de las calles o que no tengan un sentido histórico “es absurdo y confunde, es como cambiarle el nombre a la gente”, pues ésta se acostumbra a apreciarla con sus nombres. Tal es el caso del Eje Central, que en su momento se llamó San Juan de Letrán y luego Niño Perdido.

Asimismo, califica como una vergüenza que una ciudad tan importante y de las más grandes del mundo esté plagada de baches “en mi cuadra hay 29, por eso es México PB (parches y baches) en lugar de México DF”.

Para él, parches y baches son equivalentes “unos son para abajo y otros para arriba. Son un ejemplo de incivilidad”. En cuanto a los topes dice que es cuestión de educar a la gente “los topes son para las vacas, que hay que encarrilarlas para que no se dispersen”.

Y enfatiza “la República Mexicana es preciosa, bellísima, tiene de todo y está en una región privilegiada. Caray, el clima de la ciudad de México no lo tiene nadie, aunque tal vez eso tampoco sea bueno: se sienta uno a esperar a que caiga el fruto y luego se sienta para comérselo”. Sin embargo, con todo y sus problemas dijo amar profundamente a la ciudad de México.

Su afición por el estilo de El Flaco de Oro
Retomando el tema musical de la primera parte, el Ingeniero de la Herrán nos explica que las canciones tienen dos componentes: la música, que incluye el terreno acústico, y la letra, el terreno sentimental. “Mi padre estudió violín y aunque me recomendaba fijarme en la letra, a mí me interesaba la parte musical de las canciones de Agustín Lara”, quien en sus tiempos mozos tuvo un programa radiofónico de media hora.

El Flaco de Oro “decía las canciones muy bien dichas pero no le ayudaba la voz. Vaya, no era un Pedro Vargas o un Jorge Negrete”. Aún así y, a pesar de no saber escribir música, el ingeniero no cesó en su interés por el estilo musical de Lara, por lo que lo imitaba con la ayuda de Rafael Barrio, investigador del instituto de Física de la UNAM, que fue pianista y sabe de música. Así pudo dar continuidad a una de sus más fuertes aficiones.

El mecano, de sus grandes pasatiempos
“De niño mi principal afición era jugar con el mecano, un juguete maravilloso que he seguido usando a lo largo de la vida para hacer el prototipo de alguna cosa”. Por ejemplo, el telescopio de San Pedro Mártir lo diseño a través de un mecano para precisar el diseño. Dado que en esa época no había las facilidades de computación actuales, hizo un modelo de madera en escala 1:10 que, por cierto, está en Universum. 
Anuncio a la entrada del museo

Más claro, ni el agua: es un mecanófilo por excelencia. De ahí que, junto con un grupo de amigos afines a dicho juguete, iniciara una campaña del mecano con más de cien modelos, y ahora hay una sala en Universum dedicada a ello, que incluye un prototipo del telescopio. “La intención es que crezca el entusiasmo y se vuelva periódica, así ese juguete didáctico sigue sirviendo”.




Coleccionando pasatiempos

Sumando agilidades e intereses, el ingeniero De la Herrán nos sorprendió al comentarnos que otra de sus aficiones fueron los patines ¡de la que fue campeón! Una más fue la fotografía, además de la microscopía y telescopía, gusto que inició con su padre por el viaje aquél al Museo del Instituto Franklin en Filadelfia, donde había un curso para construir telescopios. “Cuando regresamos, mi padre pidió un libro del tema porque acostumbraba hacerlo inmediatamente para tener la información que necesitaba, si algo llamaba su atención” y nos queda claro con lo que consiguió construir en Baja California. 
Muestra de su colección. Museo Franz Mayer

A diferencia de su infancia, considera que los niños de hoy prefieren los videojuegos o el celular porque los tienen a la mano, y cuando él era niño no había nada de eso. “Uno vivía más de pensar cosas y hacerlas. Ahora hay tanta actividad en la que la gente se convierte sólo en observador, no hace nada más y está bien, mientras no se pierda la curiosidad activa, se vuelven curiosos pasivos”.

¿Por qué la ciencia en México no trasciende?
El ingeniero considera que la libre manifestación de la ciencia en México no es problema del gobierno, sino de las personas y de la falta de organización. “A los mexicanos no nos falta nada, tenemos más o menos el mismo número de neuronas que los extranjeros”.

Cuestiona que en 1960 salió Sony, entre otras marcas de televisiones “¿y quiénes las hacían? ¿el gobierno? ¡Pues no! Las hacían los japoneses, quienes derrocaron el negocio de EU porque Philco desapareció, al igual que RCA. Los japoneses las hacían mejor y más barato y ¿a quién se las vendían? ¡A los norteamericanos! Porque estos tenían dinero. La actitud de los japoneses era poner a su país en número uno (y, aquí "entre nos", lo lograron).

De la Herrán considera que aún hay mucho por inventar. “El problema de las invenciones es que crecen logarítmicamente, pues antes se inventaba una cosa cada tres años, ahora cada tres meses”.
Colección de aparatos radiofónicos. Museo Franz Mayer
En continua actividad
El ingeniero José de la Herrán continúa colaborando con la Dirección de Divulgación de la UNAM, haciendo las efemérides de la revista ¿Cómo ves?, que graba para las estaciones de radio. “Me retiré porque ya me tocaba, los viejitos nos tenemos que ir para que entren los jóvenes”. 


Exposición temporal en el Museo Franz Mayer
Además, su familia y un grupo de amigos formaron la Fundación José de la Herrán, desde la cual preparan un museo con más de 30 mil objetos. “Veremos si surge un mecenas que colabore con la otra  parte”. 

Retirado incluso de las conferencias, el ingeniero José de la Herrán no permite que el tiempo pase en vano, continúa dándose momentos de esparcimiento y aún centra su objetivo en la difusión.  
Una muestra más en el Museo Franz Mayer

Digámoslo así: de no ser por su curiosidad juvenil, los chavos de hoy no conocerían las pantallas planas; gracias a su tenacidad, entre ensayo-error, creó con su padre los bulbos que hicieron posible que las secretarias tuvieran modo de escuchar a Maxine Woodside en su radio de escritorio. Gracias a su fascinación por la ciencia, quienes la aprecian pueden satisfacer su curiosidad en el Museo Universum y quienes deseen ahorrarse el costo de taquilla pueden recurrir al Túnel de la Ciencia del Metro la Raza y empaparse de conocimientos.

Tenemos claro que su tenacidad desde la infancia logró en él algo más que sólo la satisfacción de desarmar y rearmar un reloj…sin que le sobraran piezas. Y es precisamente la búsqueda de respuestas lo que lo llevó a aportar a la ciencia y a la técnica desde un bulbo hasta una imagen televisiva, conservando siempre la sencillez, honorabilidad y, desde luego, el porte de un caballero íntegro. 

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