Por Norma Márquez
Bajo
una placa metálica de la calle Correo Mayor se encuentra otra en
talavera con una cita poco común: 1a. Calle del Indio
triste. Fechada entre 1890 y 1925, un nombre tan lejano a los beatos
y héroes nacionales sólo podría ser resultado de una de tantas
leyendas que conserva el Centro Histórico.
Ésta
– aquí resumida – se originó en el siglo XVI cuando, a cambio
de espionaje y servilismo, los españoles ofrecieron favores a la
población sobreviviente de la conquista de Tenochtitlan. Entre ellos
apareció un indígena, quien tras aceptar tal orden poco a poco se
rodeó de riquezas en tanto simulaba acatar la cristianidad, aunque
en el interior de su casa rendía culto a sus idolillos de oro y
piedra.
Bastaba
con observar e informar al virrey. Pero entre excesos, temor al
castigo de sus dioses y visiones diabólicas, la superstición del
indio comenzó su propio declive, al grado de olvidar su enmienda
ignorando la rebelión que sus compatriotas tramaban contra el
gobierno español.
La conspiración llegó a oídos del virrey, quien mandó
ejecutar a los traidores excepto al indio, “tal vez porque lo vio
flaco y consumido por los vicios”, pero lo despojó de toda
propiedad. Solitario, en la miseria absoluta y sobreviviendo de la
caridad, el indio se sentaba inconsolable durante horas en cada
esquina de las casas que habitó.
Ilustración: "Las Calles de México, leyendas y sucedidos, vida y costumbres de otros tiempos" |
“La
tristeza le consumía por los recuerdos de su pasada grandeza”;
hambre, sed y melancolía terminaron con él hasta ser sepultado en
el cementerio de Santiago Tlatelolco.
La
leyenda narra que, a manera de escarmiento, el virrey ordenó labrar
una piedra con la representación del indio espía que descuidó su
enmienda, tal como se le vio deambular hasta morir: sentado, con los
ojos llorosos y la lengua sedienta. La estatua permaneció muchos
años en dichas esquinas y hoy se encuentra en el Museo Nacional de
Antropología.
El Indio triste. Museo Nacional de Antropología Imagen: sitio web INAH Héctor Montaño |
Algunos
historiadores desmienten la suerte de la estatua, bajo el argumento
de haber pertenecido al Palacio de Axayácatl, mientras que otros
aseguran que el monolito era un porta estandartes proveniente del
Templo Mayor.
Lo
cierto es que, mientras estuvo expuesta, la efigie se volvió
habitual a la vista de los pobladores, quienes a fuerza de costumbre
terminaron por popularizar la antigua leyenda del Indio triste en una placa que nombra un tramo del Centro Histórico de esta ciudad.
Fuente: González
Obregón Luis, Las Calles de México, leyendas y sucedidos, vida y
costumbres de otros tiempos, No. 568, México, Editorial Porrúa,
2014, pág. 161 a 164.
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