Por
Norma Márquez
Para
los habitantes de Xochimilco, el 2 de febrero es más que los tamales
prometidos con los allegados. Al colorido de las trajineras se suma
una de las festividades religiosas más reconocidas y de mayor
arraigo en esa comunidad: la celebración del Niño del pueblo, mejor
conocido como Niñopa, una escultura del Niño Jesús fabricada en
madera de colorín con más de 400 años de antigüedad.
Con
cantos, música, regalos, comida en abundancia y la danza de los
chinelos, un extenso séquito lo lleva hasta la Parroquia de San
Bernardino de Siena, donde las campanas anuncian la misa de medio día
dedicada exclusivamente a él, para después realizar la ceremonia
del cambio de mayordomía.
A
diferencia de otras figuras religiosas, el Niñopa no cuenta con un
templo sino con cientos de ellos entre sus devotos anfitriones. Desde
1573, el Niñopa es acogido en casa del mayordomo en turno, quien se
recibe a miles de fieles mientras ve por la custodia y cuidado del
niño durante un año, adecuando su vestimenta a la temporada,
incluyéndolo en otras festividades y finalmente llevándolo a los
talleres del INAH para su conservación.
Si
bien ser mayordomo del Niñopa implica un gasto fuerte para la
familia, es tal el honor que les representa, que los candidatos deben
esperar hasta 40 años agregándose a una extensa lista de espera,
ocupada hasta el año 2042.
Hoy
se cumplen 445 años desde que inició el recorrido del Niño del
pueblo, una tradición del Día de la Candelaria que agrega vivacidad
a un ya de por sí colorido rincón de la ciudad, como lo es
Xochimilco.
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