domingo, 24 de abril de 2016

San Borja, desde el pantano hasta el internado para niñas

Por: Norma
Lo sabemos, pero entre el asfalto y la modernidad de las construcciones actuales, es difícil imaginar que esta enorme ciudad alguna vez fue un cúmulo de islotes repartidos en el lago de Texcoco, algunos tan fangosos que difícilmente concebimos los cimientos de un sobresaliente y autosustentable imperio, mientras el resto era llanura. Difícil imaginar, pero la historia y nuestra presencia atestiguan el resultado.

Sin embargo, siglos después, en los alrededores de los entonces pueblos de San Ángel y Mixcoac, se consolidó un importante centro agrícola en lo que hoy conocemos como colonia Del Valle, en la delegación Benito Juárez.

Y si los nombres de las avenidas dan fe de lo que alguna vez existió en la ciudad, la calle San Borja no es la excepción. Por eso, en Tenoch, nos dimos a la tarea de rastrear la historia, magia y secretos de una vía que inició en un terreno lacustre, allá, en las afueras de la gran Tenochtitlan.


San Borja, ¿qué tiene de particular?
Desde Eje Central y hasta San Francisco, la calle San Borja parece ser sólo otra muestra más de construcciones comerciales y habitacionales, haciendo más difícil imaginar el motivo de su nombre. Al paso podemos encontrar la clínica del Seguro Social Gabriel Mancera y haciendo glorieta con Adolfo Prieto, la Plaza Pública Cruz Roja Mexicana, en homenaje a esa institución. Justo ahí, a un costado, hallamos el único vestigio que originó el nombre de esta calle: el casco del extinto Hospicio de San Ignacio de Loyola, en nombre del fundador de la orden de los jesuitas.

Y ¿qué con San Borja?
El hospicio se levantó en medio de un terreno algo lacustre por la presencia de islotes, dificultando el abasto de agua a los jesuitas, a pesar del afluente del Río Magdalena y los manantiales del desierto de Cuajimalpa, repartidos en 1626 por la Real Audiencia. Así que, ignorando la orden virreinal, los jesuitas lograron desviar el curso del líquido hasta esas tierras, fundando ahí la Hacienda de San Francisco de Borja, en honor al tercer general jesuita.

Como es de suponerse, la hacienda abarcaba mucho más de su huella actual. Modestamente, sus terrenos se extendían en buena parte de la delegación: desde Tacubaya, hacia la actual colonia Narvarte y desde Mixcoac hacia la zona de Santa Cruz Atoyac, logrando hacer de la finca un próspero lugar lo suficientemente fértil  para la cría de ganado y la producción de frutos, granos y magueyes.

En 1767, tras la expulsión de la orden jesuita, la hacienda fue expropiada, luego fraccionada en ranchos y después en lotes. El resto ya podemos imaginarlo, pues se aproxima a lo que hoy conocemos. Sin embargo, el uso de la hacienda permanece, aunque ya no como un centro agrícola.
Internado para niñas Gertrudis Bocanegra

Lo que queda de la hacienda
Desde el exterior no es posible apreciar los indicios de la que fuera finca principal de la Hacienda de San Borja, pues desde 1935 se reacondicionó como el internado número uno para niñas Gertrudis Bocanega de Lazo de Vega, inaugurado por el entonces presidente Lázaro Cárdenas del Río. 

De la hacienda sólo quedan algunos vestigios entre sus muros, pero a pesar de las remodelaciones, el plantel es un aliciente de continuidad y una innegable respuesta a la nomenclatura de San Borja, allá, en las antiguas afueras de Tenoch, historias escondidas de la Ciudad de México.

FUENTE: Revista Algarabía; CANALES, Claudia: “El poeta, el marqués y el asesino”; Periódico Libre en el Sur; El Universal DF. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

¿Te trae recuerdos? ¡Cuéntanos tus anécdotas!