Por: Norma
Lo sabemos,
pero entre el asfalto y la modernidad de las construcciones actuales, es
difícil imaginar que esta enorme ciudad alguna vez fue un cúmulo de islotes
repartidos en el lago de Texcoco, algunos tan fangosos que difícilmente
concebimos los cimientos de un sobresaliente y autosustentable imperio,
mientras el resto era llanura. Difícil imaginar, pero la historia y nuestra
presencia atestiguan el resultado.
Sin embargo, siglos después, en los alrededores de los entonces pueblos de San Ángel y Mixcoac, se consolidó un importante centro agrícola en lo que hoy conocemos como colonia Del Valle, en la delegación Benito Juárez.
Y si los
nombres de las avenidas dan fe de lo que alguna vez existió en la ciudad, la
calle San Borja no es la excepción. Por eso, en Tenoch, nos dimos a la tarea de rastrear la historia, magia y
secretos de una vía que inició en un terreno lacustre, allá, en las afueras de
la gran Tenochtitlan.
San Borja, ¿qué tiene de particular?
Desde Eje
Central y hasta San Francisco, la calle San Borja parece ser sólo otra muestra más
de construcciones comerciales y habitacionales, haciendo más difícil imaginar
el motivo de su nombre. Al paso podemos encontrar la clínica del Seguro Social Gabriel Mancera y haciendo glorieta con Adolfo Prieto, la Plaza Pública Cruz Roja
Mexicana, en homenaje a esa institución. Justo ahí, a un costado, hallamos el
único vestigio que originó el nombre de esta calle: el casco del extinto
Hospicio de San Ignacio de Loyola, en nombre del fundador de la orden de los
jesuitas.
Y ¿qué con San Borja?
El hospicio
se levantó en medio de un terreno algo lacustre por la presencia de islotes, dificultando
el abasto de agua a los jesuitas, a pesar del afluente del Río Magdalena y los
manantiales del desierto de Cuajimalpa, repartidos en 1626 por la Real
Audiencia. Así que, ignorando la orden virreinal, los jesuitas lograron desviar
el curso del líquido hasta esas tierras, fundando ahí la Hacienda de San
Francisco de Borja, en honor al tercer general jesuita.
Como es de
suponerse, la hacienda abarcaba mucho más de su huella actual. Modestamente,
sus terrenos se extendían en buena parte de la delegación: desde Tacubaya,
hacia la actual colonia Narvarte y desde Mixcoac hacia la zona de Santa Cruz
Atoyac, logrando hacer de la finca un próspero lugar lo suficientemente
fértil para la cría de ganado y la
producción de frutos, granos y magueyes.
En 1767, tras
la expulsión de la orden jesuita, la hacienda fue expropiada, luego fraccionada
en ranchos y después en lotes. El resto ya podemos imaginarlo, pues se aproxima
a lo que hoy conocemos. Sin embargo, el uso de la hacienda permanece, aunque ya
no como un centro agrícola.
Lo que queda de la hacienda
Desde el
exterior no es posible apreciar los indicios de la que fuera finca principal de
la Hacienda de San Borja, pues desde 1935 se reacondicionó como el internado
número uno para niñas Gertrudis Bocanega de Lazo de Vega, inaugurado por el
entonces presidente Lázaro Cárdenas del Río.
De la
hacienda sólo quedan algunos vestigios entre sus muros, pero a pesar de las
remodelaciones, el plantel es un aliciente de continuidad y una innegable
respuesta a la nomenclatura de San Borja, allá, en las antiguas afueras de Tenoch, historias escondidas de la Ciudad de
México.
FUENTE: Revista
Algarabía; CANALES, Claudia: “El poeta, el marqués y el asesino”; Periódico
Libre en el Sur; El Universal DF.
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