Por: Norma
Márquez
Puede que hoy
sean un indiscutible referente de la entrada norte de la ciudad, pero el
aprecio no fue precisamente el motivo que estacionara a los Indios Verdes donde
están, todo lo contrario.
Para empezar no
eran verdes ni su sitio original fue ese, sino la actual intersección de Juárez
y Bucareli en el afamado Paseo de la Reforma de 1898. ¿Cómo llegaron al norte?
La alta sociedad les hizo el feo por desentonar con la elegancia de su localización
original.
Las estatuas
de Izcóatl y Ahuizotl, un par de emperadores aztecas obra de Alejandro Casarín y
los pedestales de Guillermo Heredia, habían sido encargados por Porfirio Díaz
con el fin de elogiar al indio mítico entre la población… gran error, y la
crítica no se hizo esperar.
Díaz dio un
tropezón ante la sociedad aristocrática que había aplaudido sus esfuerzos por
encumbrar a la Ciudad de México a semejanza de las urbes europeas, y la prensa
fue el medio idóneo para demandar: “…exigimos a las autoridades que usen su
buen juicio para escoger obras de arte en vez de esos espantajos”.
Ni hablar. Si
la intención era elogiarlos, ni los cuatro metros de colosal bronce bastaron para
mantener a estos míticos indios en el ilustre Paseo de la Reforma,
desterrándolos en 1902 hacia el floreciente borde del canal de La Viga – que
todavía conservaba su cauce – cerca de la actual avenida Fray Servando Teresa
de Mier.
Habría que
recobrar la honra de los tlatoanis aztecas. Al desaparecer el cauce del canal y
dar paso al asfalto con la construcción de Calzada de la Viga, la urbanización
no les hizo justicia, así que en 1939 los Indios Verdes fueron trasladados a su
ubicación actual.
Por cierto, el
tiempo y la erosión hicieron lo suyo, bañando a los indios con una capa del
óxido que los matizó de ese color. Desde entonces se conocen como Indios Verdes,
cuya silueta identifica el paradero de las estaciones del Metro y Metrobús,
ostentándose además como custodios de la entrada y salida de viajeros al norte
de la Ciudad de México.
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