Por: Norma Márquez
¿Agobiado por desamor? Quien no haya padecido mal
de amores, seguramente tampoco habrá escuchado para sí aquella coloquial frase
con la cual confirmaría acongojado que lo traen “por la calle de la amargura”…
Las teorías del uso de tal expresión son tan
ancestrales como la calle en sí, pero más allá de la alusión melancólica, irónicamente,
caminar por la Calle de la Amargura
es una experiencia digna de apreciar entre los pintorescos rumbos de San Ángel, en la delegación Álvaro
Obregón de esta Ciudad de México.
Empedrada como el resto del barrio, entre brotes de
bugambilia y jacaranda, balcones, portones y herrajes antiguos bordeando sus
mansiones, y uniformada con el particular aire bohemio del rumbo, la Calle de
la Amargura tiene mucho más que penurias
guardadas en medio de su historia, magia y secretos. Aquí están:
Donde todo
comenzó
Para ello debemos
remitirnos a Madrid, España, donde se
originó la “mortificada” razón de la calle que nos atañe, pues ahí también
existe una avenida Amargura. Los motivos de la nomenclatura van y vienen, pero todas tienen una causa religiosa. Y
bueno, luego de la conquista y su consiguiente evangelización, no debe
extrañarnos que una calle del mismo nombre resuene, no sólo en varias ciudades
de México, sino también de Colombia, Honduras, Costa Rica o El Salvador.
Así es, los latinoamericanos la adoptamos, al igual que el uso de aquella frase coloquial a la que le
hicimos eco sentimental como el de Antífona,
un poema de Manuel Machado que alude
a los amantes sin amor:
…Crucemos
nuestra calle de la amargura,
levantadas las frentes, juntas las manos...
¡Ven tú conmigo, reina de la hermosura;
hetairas y poetas somos hermanos!
levantadas las frentes, juntas las manos...
¡Ven tú conmigo, reina de la hermosura;
hetairas y poetas somos hermanos!
Pero, ¿por
qué Amargura?
Regresemos a la capital mexicana. Desde tiempos virreinales, la noche del Viernes Santo se realiza una
Procesión del Silencio que, entre lamentos, parte del templo de El Carmen hacia
la Plaza San Jacinto, donde se improvisaba un púlpito para orar. Ya podrán
suponer cuál era la vía de acceso,
pues la aflicción y el duelo que conlleva el rosario hicieron que desde
entonces ésta fuera conocida como Calle de la Amargura. Por la misma razón también
encontramos como vecino el estrecho pasaje llamado Santísimo, ambos caminos
relacionados con la procesión que acompañaría el luto y recorrido de la Virgen de Dolores hasta San Jacinto.
Pero no sólo la nomenclatura me llevó a andar en la
pequeña pero fascinante Calle de la Amargura, también el ansia por encontrar más de sus secretos. Por eso
la recorrí curioseando, no tristeando, desde la diagonal que forma con
Benito Juárez hasta Avenida Revolución, pasando de una acera a otra,
recreándome la vista con cada rincón.
La morada
del boticario, o ¿del obispo?
Es difícil imaginar la planicie que formaba esta
zona en la época prehispánica, más tarde ocupada por construcciones simples
fabricadas a base de adobe, como la humilde vivienda que en la esquina de la
actual Amargura y Juárez ocupara el maestro de botica Antonio Fernández en 1707,
habitada después por el obispo Joaquín
Fernández de Madrid y Canal.
Pero si la vox
populi hizo que, entre otras, esta calle fuera nombrada como Amargura, los
inmuebles también eran popularizados por el renombre de sus propietarios, de
tal manera que la vivienda del maestro botica no tuvo gran fama hasta que la
habitó el obispo De Madrid. Hoy, convertida en la Galería de Arte Popular
Mexicano, la Casa del Obispo de Madrid
también fue casa del ex presidente Antonio López de Santa Anna, del poeta José
Zorrilla y del historiador José María Agreda y Sánchez.
Camino cuesta bajo encontramos la parte posterior
del Centro Cultural Isidro Fabela, también conocido como Museo Casa del Risco,
cuya entrada principal se encuentra en San Jacinto pero se extiende hasta la
Calle de la Amargura.
La opulencia
entre la “amargura”
Esta zona fue un fértil terreno gracias al riego
del Río Magdalena, pero desde el virreinato sólo las altas esferas de la
sociedad gozaron de su prosperidad, y así quedó de manifiesto en las lujosas
construcciones que aquí se hallan, como la que encontramos casi llegando a
Revolución, escriturada en 1734 para el platero Francisco Fagoaga, quien
apartaba el oro en la Casa de Moneda. Y no está de más comentar que la Casa
del Mayorazgo de Fagoaga fue también habitada por el virrey Alonso
Núñez de Haro y Peralta.
Y para terminar el recorrido, llegamos a un costado
de la Plaza del Carmen, un rincón tan plácido como el resto donde los fines de
semana se instala el Jardín del Arte,
convirtiéndose en una galería a cielo
abierto donde los artistas le agregan más color al rumbo promoviendo sus
lienzos.
Es evidente el esplendor que prevalece en San Ángel, un
rumbo que invita a agasajar el paladar, admirar sus construcciones, conocer su
historia y recorrer con calma el ambiente bohemio que emana en medio del empedrado.
Por ello, la próxima vez que alguien me advierta que me traerá “por la calle de la amargura” con gusto lo tomaré como
una textual y fascinante invitación para contemplar una vez más sus encantos.
FUENTE: Secretaría de Turismo de la Ciudad de México;
TuriMéxico; Secretos de Madrid; A media voz, recopilación de poemas de Manuel
Machado, México Desconocido.
Para ustedes, Norma Gabriela y Luz Eréndira vayan mis sinceras felicitaciones y agradecimiento por estas 'Escondidas Historias' de la 'Ciudad de los Palacios', que nos permiten conocer más de ella y nos ilustran.
ResponderBorrarLástima de no poder pasear por los sitios que sugieren, porque me se separan más de 400 kilómetros y más de 75 años que me impiden hacerlo.
Nuevamente gracias y sigan echándole ganas y mucho esfuerzo.
Todo lo contrario, el agradecimiento es nuestro. Y si la distancia es impedimento para pasear entre estas y otras historias, más razones tenemos para esforzarnos y hacer del recorrido una vivencia cercana. ¡Gracias por tus lecturas y comentarios, papi!
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