Por Norma Márquez
A estos pequeños
manjares sorprendentemente simples, dorados por fuera y muy suaves
por dentro, los conozco como gorditas de La Villa, pues desde que era
chiquilla tengo muy claro el aroma dulce que pululaba proveniente de
anafres y puestos cercanos a la Basílica de Guadalupe.
Pero no sólo se
estacionaron en La Villa, pues son puestos típicos en ferias o en
atrios de las iglesias. Destacan por ser coloridos, lo mismo que el
paquete de diez gorditas dulces que, recién salidas del comal, se envuelven
en papel China haciendo del maíz algo más que una galleta común:
un tradicional deleite al paladar. Rústico, pero memorable.
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