Por: Norma Márquez
Si la Ciudad de México conserva
vestigios de nuestros antepasados, uno de ellos está, sin duda, en la zona
arqueológica de Cuicuilco, menos popular y por tanto menos turística que su vecino
del Norte, Teotihuacán, pero no por eso de menor trascendencia como huella de
una gran civilización.
Y es que, si bien Teotihuacán
ostenta la pirámide del Sol y la Luna como principales atractivos de uno de los
centros políticos y sociales más importantes de la era prehispánica, Cuicuilco
fue el centro ceremonial por excelencia que tuvo auge aún antes que su vecino,
aunque para muchos es un montículo poco atractivo perdido en la avenida
Insurgentes Sur.
Nada más erróneo. He aquí
parte de la historia, magia y secretos de una zona arqueológica de escasa
difusión, extinguida por una erupción volcánica, pero que dejó mucho más que vestigios
en un montículo de 25 metros de altura.
El Gran Basamento |
Lugar de cantos y danzas
Ubicado en una otrora zona
fértil gracias a las aguas provenientes del Ajusco y al río Zacatépetl, hoy
Periférico Sur, Cuicuilco fue una de las primeras ciudades levantadas entre los
años 800 y 150 a.C en la parte sur de la cuenca de México como centro
ceremonial, donde entre cantos y danzas se adoraba al dios viejo del fuego Huehueteotl.
Con una población de entre 20
y 40 mil habitantes, Cuicuilco debió ser un lugar vivaz, de alto movimiento urbano,
opuesto a la relajante quietud que hoy nos recibe con una extensa área verde, cuyo
único e incesante bullicio proviene del Anillo Periférico.
Vista desde el Gran Basamento |
Subir al Gran Basamento seguramente
es experimentar un poderío similar al que percibieron sus pobladores. La vista
es por demás complaciente y desde ahí podemos ver al culpable de la extinción
de este centro ceremonial: el volcán Xitle, cuya erupción sepultó con lava buena
parte de él y de los 25 metros del Gran Basamento, pero aún es posible
constatar su tamaño en uno de sus costados gracias a los trabajos
arqueológicos. Sin embargo, éstos no llegarán a lo más profundo, a riesgo de
dañar los vestigios cubiertos con al menos diez metros de piedra volcánica.
El Xitle obligó a la migración,
lo que terminó influyendo en la consolidación de Teotihuacán y poco a poco al abandono
total de Cuicuilco, cuyas huellas fueron descubiertas hasta 1922 por Manuel
Gamio.
Altar en la cúspide |
400 hectáreas de reunión
No sobra recalcar que la
extensión original de la zona arqueológica no se limitaba al área que ocupa el
Gran Basamento, pues se estima que abarcaba aproximadamente 400 hectáreas que
hoy se extienden hacia el Parque Ecológico Loreto y Peña Pobre, cruzan la
Avenida Insurgentes en la Villa Olímpica y llegan hasta la Pirámide de
Tenantongo en el Bosque de Tlalpan.
El auge de Cuicuilco
ocurrió entre el año 300 y 150 a.C. Hoy sus vestigios, aparentemente
desordenados, parcialmente ocultos entre rocas y pastizales, parecen no tener
sentido. Quizá por ello Cuicuilco no es tan promovido como atractivo turístico,
pero basta acudir y ser curiosos para revalorarlo como lo que fue, empezando
por recorrer el conjunto más conocido, donde el paseante puede elegir caminar
por el sendero que lleva hacia el Gran Basamento o el que recorre la reserva
ecológica, además del museo de sitio.
El Xitle, frente a la sierra del Ajusco |
El interés monetario sobre la identidad
Luego de que la naturaleza del
Xitle extinguiera a Cuiculco como centro ceremonial, cualquiera podría pensar
que sus huellas quedarán inalterables, pero no es así. Otro culpable de que no
podamos disfrutar plenamente de Cuicuilco es la modernidad. El interés
económico para construir un centro comercial, pudo más que el intento por
preservar intacta la zona arqueológica, invadiendo y sepultando definitivamente
la parte sur.
Sin embargo,
dejando a un lado la nostalgia y la amnesia, bien podríamos velar por la
vigencia de Cuicuilco haciendo caso a la recomendación de Conaculta: lo que
muchos minimizan como un lugar convertido en ruinas, es en realidad motivo de respeto
hacia el primer centro ceremonial en la parte sur de la cuenca de México, no
sólo por ser un cúmulo de historia, sino por ser parte de nuestra identidad,
propia e inextinguible.
FUENTE: Museo de sitio
Cuicuilco, Instituto de Geofísica UNAM, Turismo Cultural INAH, Conaculta.
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