Por: Norma
No por nada
la importancia de esta calle, empezando porque fue una de las primeras trazadas
luego de la conquista sobre las ruinas de la antigua Tenochtitlan, además de
atestiguar múltiples desfiles triunfales a lo largo de nuestra historia. Y para no obviar la lección, vamos por partes, en resumen.
El
coahuilense Francisco I Madero (1873-1913) recibió una formación principalmente
agrícola desde su tierra natal y luego pasó al estudio de la Psicología. Pero
la vista hacia la política se enfocó cuando el entonces presidente Porfirio
Díaz afirmara en una entrevista que “vería con gusto la aparición de otros
partidos políticos”, lo que motivó a Madero a escribir La sucesión presidencial de 1910. Desde entonces se alineó a los
principios de no reelección de la Revolución Mexicana con miras combatir los
más de 30 años de dictadura de Díaz, hasta ocupar la silla presidencial y ser
asesinado en 1913 tras un golpe de Estado organizado por Victoriano Huerta.
Desde su
apertura posterior a la conquista, Madero ha tenido varios nombres. Por secciones,
primero se llamó San Francisco gracias a la vecindad con el convento del mismo
nombre; luego calle de La Profesa, dada la importancia de este templo en aquellos días; después Plateros debido a la ordenanza del entonces virrey Lope Diez
de Armendáriz para reunir en una calle a quienes ejercían tal oficio, de ahí
que sea cuna de los centros joyeros de la zona.
En 1914,
obviando el trámite ante el cabildo, el también revolucionario Francisco Villa
martilló en Plateros e Isabela Católica una placa con el nombre de la actual calle, en honor a su compañero de lucha y amenazando, pistola en mano, a quien se atreviera a retirarla.
Actualmente,
desde Eje Central hasta el zócalo capitalino es posible admirar este recién
convertido corredor peatonal sin tener que pensar en que un auto te cortará la
inspiración por correr hacia la acera. Así puedes observar con calma, mas no
necesariamente sin gente, retazos de historia entre edificios, placas, centros
joyeros y uno que otro balcón, además de mimos y esculturas humanas que pululan
en casi un kilómetro de extensión. Aquí la primera parte del recorrido.
Torre
Latinoamericana
Innegable emblema
y punto referencial del Centro Histórico. Con 44 pisos y 182 metros de altura,
la Torre Latinoamericana fue el primer rascacielos de la ciudad construido en
1949 e inaugurado en 1956 sobre parte del terreno del que fuera convento de San
Francisco.
Vista desde la Alameda Central |
Por mucho
tiempo fue el edificio más alto de la ciudad. Hoy sigue siendo ocupado por
diversas oficinas y visitado todo el año por turistas que desean subir a su museo,
mirador, cafetería y acuario.
Un modelo de
ingeniería vanguardista para su época, en la que no faltó prever el hundimiento
y los movimientos telúricos desde los cimientos. Así, su base permite la suficiente
oscilación del edificio durante un sismo.
Edificio
Guardiola
Construido en
lo que fuera la plazuela y posterior jardín del mismo nombre, en honor al
segundo marqués de Santa Fe de Guardiola, este es uno de los pocos edificios de la zona construidos ya
avanzado el siglo XX.
Después del
marqués fue residencia de la familia Escandón, cuyo patriarca Vicente mantuvo
el jardín y mandó remodelar para convertirlo en palacio, luego de recibirlo
como herencia. A la muerte intestada de Vicente, en 1938 fue demolida para
construir el actual edificio anexo propiedad del Banco de México, que fungió
como bóveda y sede del Club de Banqueros.
Es de hacer
notar que del jardín no queda mas que algunos macetones y ya no se encuentra al
ras del suelo, pues el hundimiento de la zona obligó a que se le añadieran
escalones.
Primero casa
del marqués de Jaral de Berrio, luego residencia de Agustín de Iturbide y hoy sede
de la Fundación Cultural Banamex, única obra de la Nueva España construida en
la zona con el lujo dedicado a la realeza, y de cuyo balcón salió Iturbide para
ser proclamado emperador por el Congreso Constitucional.
En el siglo
XIX se convirtió en hotel y en la década de los 60 Banamex lo restauró para
convertirlo en recinto cultural.
Casa de los
Azulejos
Para admirar sus detalles |
Placa alusiva |
La talavera
hecha edificio. Inicialmente fue casa de los condes del Valle de Orizaba y luego
sede del Jockey Club México, lo que le dio un toque exclusivo a la zona durante
el porfiriato.
Actualmente una tienda Sanborns ocupa el predio, conservando en
su interior el mural titulado Omnisciencia
del mexicano José Clemente Orozco.
Desde 2012 se
realiza el festival Ópera en los Balcones que, de manera gratuita, permite a
los turistas ser testigos de un repertorio de este género al pie de la Casa de
los Azulejos.
Templo y convento
de San Francisco
Parte del
terreno fue anteriormente casa de los animales de Moctezuma. Ya levantado, el
templo fue testigo de los funerales de Carlos V y lugar donde se celebraron las
primeras confirmaciones.
Dada la
importancia de este lugar, una fracción de la calle originalmente fue nombrada
San Francisco. Y es que su extensión inicial era de 32 mil kilómetros
cuadrados, ocupados por el templo, convento, cementerio y hospital desde Eje
Central hacia Bolívar y de ahí a Venustiano Carranza.
Se dice que
los monjes de la orden osaron contrariar las órdenes del clero dando ayuda a
indigentes e incluso haciendo una recopilación de sus costumbres. Hoy sólo se
conserva el templo.
Templo expiatorio
de San Felipe de Jesús
Los vascos
tenían en este templo un albergue para su fe. Debido a ello el coste para su
edificación en el siglo XVII corrió a cargo de españoles, quienes lo tuvieron
en pie hasta las leyes de Reforma. Fue en 1897 cuando se reabrió y
reacondicionó para dedicarlo al primer santo mexicano San Felipe de las Casas.
Casa de José
de la Borda
El español Juan
José de la Borda, uno de los mineros más ricos de la Nueva España, mandó
construir este inmueble que originalmente abarcaba toda una manzana.
Cuenta con
un largo y continuo barandal que rodeaba el edificio y se dice que uno de los motivos era dar a su esposa un espacio donde pudiera tomar aire fresco sin necesidad de salir a la calle, debido a los celos de De la Borda.
Aún se conserva gran parte del predio original |
Ya
seccionado, el uso posterior y más famoso del predio fue que su sótano, como se
acostumbraba en París, se acondicionara una de las primeras salas de cine de la
ciudad: el Salón Rojo.
Es la mitad
del camino y aunque seguramente el turista querrá terminar el recorrido, al menos
en cuestión de reseñas tendremos que hacer una pausa para continuar en una
segunda y última entrega – prevista para dentro de dos lunes –. Pero es
innegable que, gracias a su estratégica ubicación y acumulación de historias,
Madero ocupa un lugar primordial en el croquis del primer cuadro de la ciudad.
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