sábado, 23 de septiembre de 2017

Puño arriba, por la solidaridad anónima

Por Norma Márquez

Septiembre 19, 11:00 horas. La Alarma Sísmica resonó una vez más para una práctica conmemorativa que a muchos ya les significaba una costumbre, casi una rutina. Casi. Si acaso uno o dos pares de chalecos fluorescentes llevaban debajo la voz de mando con la que encaminaron al grupo de gente al que me uní hacia el punto de reunión, con toda la calma de un ejercicio ensayado religiosamente por 32 ocasiones. Nadie imaginó que dos horas después, los 20 minutos de simulacro nos obligarían a ponerlo en marcha, convirtiéndose en una realidad angustiante que todavía duele; y los chalecos fluorescentes se multiplicarían en cientos, sumándose a camisetas comunes, mandiles habituales, trajes ejecutivos y hasta uniformes escolares, en medio de un coro que opacó a cualquier altavoz con tal de ayudar a como diera lugar.

Siempre he dicho que caminar y ver el celular al mismo tiempo es de idiotas, pero el 19 de septiembre todos lo éramos. Bastó menos de un minuto que pareció eterno para que la ciudad se volcara en el caos: comunicaciones colapsadas o, en el mejor de los casos, saturadas; gente arremolinada sobre las avenidas; semáforos descompuestos; confusión total. En un éxodo revuelto por la incertidumbre, todo peatón era un autómata que se movía con la misma incredulidad hacia cualquier lado y a ninguno en particular.

No relataré mi anécdota personal porque después de las 13:14 horas de ese ya de por sí inolvidable 19 de septiembre se tejieron millones de ellas entre Morelos, Puebla, Estado de México y Ciudad de México. Por eso no puedo dejar de lado que, entre la tragedia y la tristeza por el dolor ajeno, resalta un tema esperanzador: la solidaridad


Desde 1985 escuché hablar de ella, pero francamente mi adolescencia no la dimensionó con justicia. Esta vez no sólo la escuché nombrar, la viví desde lo particular y se sigue atestiguando en lo general con el paso de los días. 

Admito que en 1985 las imágenes de la prensa me parecieron impactantes, pero ahora sé que la impresión no es la misma cuando las vives más allá de los periódicos, cuando tus zapatos empolvados se enredan en un valle de piedras, cables, ramas y restos de una silla. La realidad es francamente sobrecogedora, sin mencionar que yo tengo la fortuna de poderlo narrar en un escrito. Pero de entre mi lección de fraternidad colectiva, aprendí que el puño arriba es la petición unánime de silencio absoluto para dar con las víctimas entre los escombros; que cada detalle cuenta, por pequeño que parezca, y que no hay edad, clase social ni discapacidad física cuando se trata de echarnos la mano en medio de un desastre que afecta a la comunidad.


Sin la mínima intención de desvirtuar la importancia de una señal que salva vidas, levanto el puño en un impulso por honrar a quienes perdieron la vida y al mismo tiempo lo uno al agradecimiento absoluto por cada detalle de atención, intención y acción de toda la comunidad, la que ha rebasado colonias, delegaciones, ciudades y hasta fronteras.

A la distancia, desde un saludo cordial, un mensaje en redes sociales, una llamada por imposible que pareciera, una bandera mexicana como emblema en tu muro, la preocupación y confirmación del bienestar ajeno, un espaldarazo virtual y el estímulo de que las cosas mejorarán, han sido detalles tan valiosos como la labor de bomberos, paramédicos y brigadas de rescate en zonas de crisis, pues bien dicen que no sólo se ayuda trasladando escombros, también con la presencia en casa cuidando a los nuestros, la donación de sangre, la ofrenda en especie, el garaje improvisado como consultorio y comedor, el préstamo del celular, la colecta de morralla, el kilo de arroz, la pala gratis, la botella de agua, la torta, los guantes… 




Imposible enumerar, pero toda atención, intención y acción comparten un común denominador: altruismo anónimo entre seres humanos.

El movimiento de ambulancias, patrullas, bomberos, camiones de volteo y palas mecánicas continúa, en un intento de reconstrucción frente a la fuerza de la naturaleza, pero la ayuda desinteresada es una innegable y gratificante muestra de que la fraternidad sigue vigente entre la humanidad. ¡Muchas gracias!

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