Por Norma Márquez
Septiembre 19, 11:00
horas. La Alarma Sísmica resonó una vez más para una práctica
conmemorativa que a muchos ya les significaba una costumbre, casi una
rutina. Casi. Si acaso uno o dos pares de chalecos fluorescentes
llevaban debajo la voz de mando con la que encaminaron al grupo de
gente al que me uní hacia el punto de reunión, con toda la calma de
un ejercicio ensayado religiosamente por 32 ocasiones. Nadie imaginó
que dos horas después, los 20 minutos de simulacro nos obligarían a
ponerlo en marcha, convirtiéndose en una realidad angustiante que
todavía duele; y los chalecos fluorescentes se multiplicarían en
cientos, sumándose a camisetas comunes, mandiles habituales, trajes
ejecutivos y hasta uniformes escolares, en medio de un coro que opacó
a cualquier altavoz con tal de ayudar a como diera lugar.
Siempre he dicho que
caminar y ver el celular al mismo tiempo es de idiotas, pero el 19 de
septiembre todos lo éramos. Bastó menos de un minuto que pareció
eterno para que la ciudad se volcara en el caos: comunicaciones
colapsadas o, en el mejor de los casos, saturadas; gente arremolinada
sobre las avenidas; semáforos descompuestos; confusión total. En un
éxodo revuelto por la incertidumbre, todo peatón era un autómata
que se movía con la misma incredulidad hacia cualquier lado y a
ninguno en particular.
No relataré mi
anécdota personal porque después de las 13:14 horas de ese ya de
por sí inolvidable 19 de septiembre se tejieron millones de ellas
entre Morelos, Puebla, Estado de México y Ciudad de México. Por eso
no puedo dejar de lado que, entre la tragedia y la tristeza por el
dolor ajeno, resalta un tema esperanzador: la solidaridad.
Desde 1985 escuché hablar de ella, pero francamente mi adolescencia no la dimensionó con justicia. Esta vez no sólo la escuché nombrar, la viví desde lo particular y se sigue atestiguando en lo general con el paso de los días.
Admito que en 1985
las imágenes de la prensa me parecieron impactantes, pero ahora sé
que la impresión no es la misma cuando las vives más allá de los
periódicos, cuando tus zapatos empolvados se enredan en un valle de
piedras, cables, ramas y restos de una silla. La realidad es
francamente sobrecogedora, sin mencionar que yo tengo la fortuna de
poderlo narrar en un escrito. Pero de entre mi lección de
fraternidad colectiva, aprendí que el puño arriba es la petición
unánime de silencio absoluto para dar con las víctimas entre los
escombros; que cada detalle cuenta, por pequeño que parezca, y que
no hay edad, clase social ni discapacidad física cuando se trata de echarnos la mano en
medio de un desastre que afecta a la comunidad.
Sin la mínima
intención de desvirtuar la importancia de una señal que salva
vidas, levanto el puño en un impulso por honrar a quienes perdieron
la vida y al mismo tiempo lo uno al agradecimiento absoluto por cada
detalle de atención, intención y acción de toda la comunidad, la
que ha rebasado colonias, delegaciones, ciudades y hasta fronteras.
A la distancia,
desde un saludo cordial, un mensaje en redes sociales, una llamada
por imposible que pareciera, una bandera mexicana como emblema en tu
muro, la preocupación y confirmación del bienestar ajeno, un
espaldarazo virtual y el estímulo de que las cosas mejorarán, han
sido detalles tan valiosos como la labor de bomberos, paramédicos y
brigadas de rescate en zonas de crisis, pues bien dicen que no sólo
se ayuda trasladando escombros, también con la presencia en casa
cuidando a los nuestros, la donación de sangre, la ofrenda en
especie, el garaje improvisado como consultorio y comedor, el
préstamo del celular, la colecta de morralla, el kilo de arroz, la
pala gratis, la botella de agua, la torta, los guantes…
Imposible
enumerar, pero toda atención, intención y acción comparten un
común denominador: altruismo anónimo entre seres humanos.
El movimiento de
ambulancias, patrullas, bomberos, camiones de volteo y palas
mecánicas continúa, en un intento de reconstrucción frente a la
fuerza de la naturaleza, pero la ayuda desinteresada es una innegable
y gratificante muestra de que la fraternidad sigue vigente entre la
humanidad. ¡Muchas gracias!
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