Por: Norma
Márquez
Lo admito: si
los nombres de las calles de esta ciudad tienen motivos patrióticos, poéticos o
enigmáticos, el que un parque nombrara a una avenida francamente no me causaba
gran inquietud. Vamos, decenas de veces circulé sobre Parque Lira sin conocer
el por qué de su nomenclatura, percibiéndola como una transitada y simple vía que
abarca desde Viaducto Tlalpan y desemboca en la inaccesibilidad de Los Pinos en
Av. Constituyentes, ¡punto!
Pero mi
insípida percepción cambió de la mano de Tenoch,
quien en una fascinante tarea donde “comer y rascar, todo es empezar”, ha
convertido la curiosidad en el irremediable deseo por responder la razón de una
historia más cimentada en las vialidades de esta ciudad. Y así, ahora me doy el
gusto de narrar la historia, magia y secretos de Parque Lira, una doble vía asediada
por el transporte que atraviesa los rumbos de Tacubaya, en la Delegación Miguel
Hidalgo.
Para no
variar, todo comenzó tras la conquista española. Este lugar fue emblema de la
antigua villa de San José de Tacubaya, es decir, uno de los tantos terruños que
ocuparan Hernán Cortés y sus herederos. Allá por 1578, entre misiones
evangelizadoras, esta zona dio lugar a diversos templos, manteniéndose como un
poblado ajeno a la Ciudad de México hasta 1820 cuando se convirtió en
ayuntamiento y en 1929 en municipalidad. Durante el Porfiriato alcanzó su
máximo apogeo con la edificación de algunas casonas de descanso para agasajo de
destacados aristócratas de la época, muchas de la cuales aún se conservan.
Mercado El
Chorrito
Pero
vayámonos al Parque Lira de hoy, que todavía guarda el toque popular de antaño
en antiguos comercios, como el que encontramos en la esquina con Gobernador
Melchor Muzquiz. Oficialmente este mercado lleva el nombre de Plutarco Elías
Calles, pero los parroquianos lo rebautizaron con el nombre de El Chorrito debido
a que en tiempos virreinales, ahí se encontraba una pequeña fuente de la que,
cual canción de Cri-Cri, brotaba un chorrito de agua que “se hacía grandote y
se hacía chiquito”.
La delegación
“amarilla”
Fachada de la Delegación Miguel Hidalgo |
La Casa
Amarilla es hoy sede de la Delegación Miguel Hidalgo, patrimonio del INAH que
aún ostenta la estructura original del convento levantado como casa de descanso
de los franciscanos en 1618. Incluso todavía se conserva la capilla de
Guadalupe, convertida actualmente en centro cultural.
Cabe destacar
que quien dio renombre a la Casa Amarilla no fue precisamente el color del
inmueble, sino Agustín de Ahumada y Villalón, marqués de las Amarillas. Durante
la administración de Lázaro Cárdenas, esta casa albergó un orfanato para niños
con discapacidad mental, hasta ser desalojado en 1976.
Ahora sí, el
motivo de la nomenclatura: Parque Lira
Placa alusiva a los terrenos del Conde de la Cortina |
Por fin
llegamos al parque que da nombre a esta transitada avenida. Más que vecindad
con la delegación, los jardines y huertos del Parque Lira forman parte de los
terrenos originales de la Casa Amarilla y del Museo Casa de la Bola, pero en el
siglo XVIII se fraccionaron para convertirse en propiedad de José Justo Gómez,
conde de la Cortina y fundador de la Academia de la Lengua.
Hasta aquí
nada parece responder el motivo de la nomenclatura de esta avenida. Sin
embargo, a principios del siglo XX, el empresario textil Vicente Lira Mora se
hizo del terreno con una mansión que ya no existe pero sí algunos de sus
ornamentos, empezando por la barda y arco de la entrada principal, algunas fuentes,
escalinatas y una amplia pérgola que formaba parte de una de las terrazas del
inmueble.
Entrada principal al Parque Lira |
El parque dibuja
una pendiente que mezcla muros, escalinatas y puentes de piedra antiguos con la
modernidad de los juegos infantiles, el Faro del Saber y el deportivo que
administra la delegación. En pocas palabras, un lugar de legendaria recreación
que bien vale visitar.
Museo Casa de
la Bola
Aclarado el
punto de la división de estos terrenos, llegamos al Museo Casa de la Bola, cuyo
particular nombre, se dice, fue concebido tras las constantes revueltas que
atestiguó el inmueble durante el siglo XIX.
Cabe destacar
que la extensión original de la antigua villa de San José de Tacubaya era de 4.5 hectáreas, suficientes para convertirse en un centro
productor de pulque y de aceite de oliva, y así lo constata parte del molino
que todavía se conserva en la parte baja del edificio.
El primer
propietario fue Francisco Bazán y Albornoz, inquisidor del Santo Oficio en 1616
y desde entonces cambió constantemente de propietario, habitado eventualmente
por diferentes personalidades, como la famosa Güera Rodríguez. Sin embargo,
quien proporcionó el elegante estilo actual a esta codiciada casa campestre fue
su último dueño: Antonio Haghenbeck, un filántropo defensor de ancianos y animales,
quien aprovechó la extensión del terreno para albergar, entre otros, a
pavorreales, cisnes y caballos.
Detalle del jardín. Museo Casa de la Bola |
Ahora, ¿qué
tiene de especial este inmueble? Para empezar, el museo es una muestra
permanente del mobiliario y decoración típica en las casas de la alta sociedad del
siglo XIX. Además, los jardines son una especie de máquina del tiempo que,
entre estrechos pasillos y esculturas de mármol, logra extraerte del tránsito
sobre Parque Lira llevándote al remanso de paz de la mística vegetación que deleitara
a los antiguos habitantes de esta casona.
Metro
Tacubaya
Más que
referenciar la zona, dedicar un espacio a una estación del Metro tiene más
razón de ser de lo que puedes imaginar. La silueta de un cántaro como ícono de
la estación se debe a que Tacubaya en náhuatl significa “lugar donde se junta
el agua”, y no es para menos, pues esta zona fue una privilegiada y fértil comarca
regada por la unión de los ríos – ahora entubados – Tacubaya y Viaducto.
Mural al interior del Metro Tacubaya |
Al interior,
puedes encontrar la pintura denominada Del Códice al Mural, una obra con 600
metros cuadrados realizada por Guillermo Ceniceros, en la que su autor revela
pasajes de la peregrinación mexica de Aztlán a Tenochtitlan.
Alameda de
Tacubaya
A un costado
de los tantos accesos al Metro Tacubaya, se encuentra la alameda del mismo
nombre, en cuyo centro podrás encontrar un obelisco que data de la época
juarista y un busto del cantante ranchero Javier Solís, oriundo de esta zona de
la ciudad. Además, a un costado se encuentra la que fuera casa del historiador
y político Justo Sierra, ahora convertida en escuela primaria.
Moraleja: si
bien el bullicio y la cotidianeidad parecen impedir una mirada calma a las
vialidades, no está de más recordar que todas ellas tienen una razón de ser,
por curioso e ilógico que suene su nombre. Más que transitadas vías de acceso,
la metrópoli, toda, cimenta entre el actual bullicio y asfalto la historia,
magia y secretos de esta gran Ciudad de México.
FUENTES.
Sitios web de: México Desconocido, Ciudad de México, La Jornada, Capital 21,
Sectur DF, El Universal, Grandes Casas de México, Sistema de Transporte
Colectivo Metro.
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