miércoles, 14 de septiembre de 2016

Parque Lira, la aristócrata encubierta entre el bullicio

Por: Norma Márquez

Lo admito: si los nombres de las calles de esta ciudad tienen motivos patrióticos, poéticos o enigmáticos, el que un parque nombrara a una avenida francamente no me causaba gran inquietud. Vamos, decenas de veces circulé sobre Parque Lira sin conocer el por qué de su nomenclatura, percibiéndola como una transitada y simple vía que abarca desde Viaducto Tlalpan y desemboca en la inaccesibilidad de Los Pinos en Av. Constituyentes, ¡punto!

Pero mi insípida percepción cambió de la mano de Tenoch, quien en una fascinante tarea donde “comer y rascar, todo es empezar”, ha convertido la curiosidad en el irremediable deseo por responder la razón de una historia más cimentada en las vialidades de esta ciudad. Y así, ahora me doy el gusto de narrar la historia, magia y secretos de Parque Lira, una doble vía asediada por el transporte que atraviesa los rumbos de Tacubaya, en la Delegación Miguel Hidalgo.

Para no variar, todo comenzó tras la conquista española. Este lugar fue emblema de la antigua villa de San José de Tacubaya, es decir, uno de los tantos terruños que ocuparan Hernán Cortés y sus herederos. Allá por 1578, entre misiones evangelizadoras, esta zona dio lugar a diversos templos, manteniéndose como un poblado ajeno a la Ciudad de México hasta 1820 cuando se convirtió en ayuntamiento y en 1929 en municipalidad. Durante el Porfiriato alcanzó su máximo apogeo con la edificación de algunas casonas de descanso para agasajo de destacados aristócratas de la época, muchas de la cuales aún se conservan.

Mercado El Chorrito
Pero vayámonos al Parque Lira de hoy, que todavía guarda el toque popular de antaño en antiguos comercios, como el que encontramos en la esquina con Gobernador Melchor Muzquiz. Oficialmente este mercado lleva el nombre de Plutarco Elías Calles, pero los parroquianos lo rebautizaron con el nombre de El Chorrito debido a que en tiempos virreinales, ahí se encontraba una pequeña fuente de la que, cual canción de Cri-Cri, brotaba un chorrito de agua que “se hacía grandote y se hacía chiquito”.

La delegación “amarilla”
Fachada de la Delegación Miguel Hidalgo
La Casa Amarilla es hoy sede de la Delegación Miguel Hidalgo, patrimonio del INAH que aún ostenta la estructura original del convento levantado como casa de descanso de los franciscanos en 1618. Incluso todavía se conserva la capilla de Guadalupe, convertida actualmente en centro cultural.
Cabe destacar que quien dio renombre a la Casa Amarilla no fue precisamente el color del inmueble, sino Agustín de Ahumada y Villalón, marqués de las Amarillas. Durante la administración de Lázaro Cárdenas, esta casa albergó un orfanato para niños con discapacidad mental, hasta ser desalojado en 1976.

Ahora sí, el motivo de la nomenclatura: Parque Lira
Placa alusiva a los terrenos del Conde de la Cortina
Por fin llegamos al parque que da nombre a esta transitada avenida. Más que vecindad con la delegación, los jardines y huertos del Parque Lira forman parte de los terrenos originales de la Casa Amarilla y del Museo Casa de la Bola, pero en el siglo XVIII se fraccionaron para convertirse en propiedad de José Justo Gómez, conde de la Cortina y fundador de la Academia de la Lengua.
Hasta aquí nada parece responder el motivo de la nomenclatura de esta avenida. Sin embargo, a principios del siglo XX, el empresario textil Vicente Lira Mora se hizo del terreno con una mansión que ya no existe pero sí algunos de sus ornamentos, empezando por la barda y arco de la entrada principal, algunas fuentes, escalinatas y una amplia pérgola que formaba parte de una de las terrazas del inmueble. 
Entrada principal al Parque Lira

El parque dibuja una pendiente que mezcla muros, escalinatas y puentes de piedra antiguos con la modernidad de los juegos infantiles, el Faro del Saber y el deportivo que administra la delegación. En pocas palabras, un lugar de legendaria recreación que bien vale visitar. 

Museo Casa de la Bola
Aclarado el punto de la división de estos terrenos, llegamos al Museo Casa de la Bola, cuyo particular nombre, se dice, fue concebido tras las constantes revueltas que atestiguó el inmueble durante el siglo XIX.

Cabe destacar que la extensión original de la antigua villa de San José de Tacubaya era de 4.5 hectáreas, suficientes para convertirse en un centro productor de pulque y de aceite de oliva, y así lo constata parte del molino que todavía se conserva en la parte baja del edificio. 

El primer propietario fue Francisco Bazán y Albornoz, inquisidor del Santo Oficio en 1616 y desde entonces cambió constantemente de propietario, habitado eventualmente por diferentes personalidades, como la famosa Güera RodríguezSin embargo, quien proporcionó el elegante estilo actual a esta codiciada casa campestre fue su último dueño: Antonio Haghenbeck, un filántropo defensor de ancianos y animales, quien aprovechó la extensión del terreno para albergar, entre otros, a pavorreales, cisnes y caballos.

Detalle del jardín. Museo Casa de la Bola
Ahora, ¿qué tiene de especial este inmueble? Para empezar, el museo es una muestra permanente del mobiliario y decoración típica en las casas de la alta sociedad del siglo XIX. Además, los jardines son una especie de máquina del tiempo que, entre estrechos pasillos y esculturas de mármol, logra extraerte del tránsito sobre Parque Lira llevándote al remanso de paz de la mística vegetación que deleitara a los antiguos habitantes de esta casona.

Metro Tacubaya
Más que referenciar la zona, dedicar un espacio a una estación del Metro tiene más razón de ser de lo que puedes imaginar. La silueta de un cántaro como ícono de la estación se debe a que Tacubaya en náhuatl significa “lugar donde se junta el agua”, y no es para menos, pues esta zona fue una privilegiada y fértil comarca regada por la unión de los ríos – ahora entubados – Tacubaya y Viaducto.

Mural al interior del Metro Tacubaya
Al interior, puedes encontrar la pintura denominada Del Códice al Mural, una obra con 600 metros cuadrados realizada por Guillermo Ceniceros, en la que su autor revela pasajes de la peregrinación mexica de Aztlán a Tenochtitlan.

Alameda de Tacubaya
A un costado de los tantos accesos al Metro Tacubaya, se encuentra la alameda del mismo nombre, en cuyo centro podrás encontrar un obelisco que data de la época juarista y un busto del cantante ranchero Javier Solís, oriundo de esta zona de la ciudad. Además, a un costado se encuentra la que fuera casa del historiador y político Justo Sierra, ahora convertida en escuela primaria.

Moraleja: si bien el bullicio y la cotidianeidad parecen impedir una mirada calma a las vialidades, no está de más recordar que todas ellas tienen una razón de ser, por curioso e ilógico que suene su nombre. Más que transitadas vías de acceso, la metrópoli, toda, cimenta entre el actual bullicio y asfalto la historia, magia y secretos de esta gran Ciudad de México.


FUENTES. Sitios web de: México Desconocido, Ciudad de México, La Jornada, Capital 21, Sectur DF, El Universal, Grandes Casas de México, Sistema de Transporte Colectivo Metro.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

¿Te trae recuerdos? ¡Cuéntanos tus anécdotas!