Por Norma Márquez
O.
Monumento a los caídos |
Entre
la transformación y los sueños de grandeza la Zona Rosa se había
acostumbrado a vivir en el ojo del huracán, pero en septiembre de
1985 un terremoto magnitud 8.1 llevó su aparente rebeldía al punto
de quiebre. De la noche a la mañana, la fiesta fue desplazada por el
duelo y el ambiente se llenó de confusión.
La
niña burguesa dejó de ser el centro de atención incluso entre sus
residentes, quienes se mantenían en vilo por temor a un nuevo sismo
mientras se resistían a desalojar inmuebles a punto del colapso,
aunque inesperadamente perdieron entre 50 y 80% de su valor original.
Si era demasiado tímida para ser roja o muy atrevida para ser
blanca, ya no estaba a discusión. Ni la popularidad, ni el estilo
clásico y refinado procurado desde principios de siglo libraron a la
Zona Rosa de una etapa de decadencia y el abandono fue inevitable.
No había de otra. Antes de terminar los 80, artistas, intelectuales,
empresarios y un grupo de vecinos extranjeros apostaron por ella,
invirtiendo en sacudirle polvo y apatía consintiéndola hasta
devolverle celebridad junto con su característico aire bohemio y
festivo, dando carpetazo a un capítulo oscuro y doloroso para la
Zona Rosa.
De
por sí céntrica; comprobar que la niña burguesa de la Juárez
estaba de vuelta protagonizando la vida nocturna de la ciudad,
resultaba más que tentador para una generación que me es familiar.
Con la edad de la punzada a cuestas, corríamos hacia ella
adoptándola como la tía alcahueta y en onda que ponía todo en
charola de plata haciéndonos sentir a nuestras anchas, tanto que nos
valimos de su indulgencia para llevarle penas y alegrías tuteándola
como “Zonaja” sin ningún empacho.
Y es
que vivíamos con la impaciencia por comernos el mundo de una
mordida, y la “Zonaja” se convirtió en el lugar donde
disfrazábamos nuestra rebeldía y absurda presunción de una
elemental búsqueda de identidad: nosotras vistiendo blusones con
hombreras y cinturón ancho, accesorios neón y copetes monumentales;
ellos usando camisa de algodón con corbata estrecha, pantalón con
pinzas y TopSiders sin calcetín, si no es que unos finísimos Gino
Cherruti.
Todo,
con tal de colgarnos de la fama de la “Zonaja” y llamar la
atención del resto. No nos importaba el tráfico ni el presupuesto
limitado; con suficiente terquedad, acarreábamos nuestros caprichos
tarareando Ni tú ni nadie como Alaska y Dinarama,
lloriqueábamos desamor con Es tan fácil romper un corazón o
remedábamos el
bajo que nuestro imaginario
hacía retumbar
Lobo hombre en París desde
Reforma hasta
Florencia con
la glorieta del Ángel en la mira…
Ángel de la Independencia |
Pobre
Ángel. Yo, en su lugar, hubiese aprovechado la actitud de vuelo
alejando sus veteranos 6.7 metros de bronce de la inmadurez que lo
rodeábamos en manada. Pero tuvo la mala suerte de custodiar el
destino final donde aportaríamos nuestra escasa pero incondicional
derrama económica de fin de semana, fingiendo un glamur que nos
quedaba grande tras desechar la utopía de alojarnos una noche en el
Century o el Geneve, como hacían holgadamente los turistas
extranjeros.
Imposible
acceder al pintoresco comedor de Focolare, parlotear en un salón de
té como el Snob o saborear un strudel de manzana a media tarde en
Konditori. Si acaso podríamos esperar que oscureciera desde los
gabinetes de Sanborns muy a pesar de las meseras, quienes no tendrían
más remedio que llevar su huipil triangular y algunos menús a
nuestra mesa, experimentando una punzada bajo su peculiar cofia por
atender a escuincles rebeldes que hacíamos de lado la carta y la
servilleta de tela atiborrando el cenicero con colillas, en tanto
cuchicheábamos sacando ventaja del refill para
librar la cuenta entre los sorbos de un eterno café
americano.
Lo
mismo aparentábamos intelectualidad en tiendas de artesanías y
galerías de arte o en los pasillos de Plaza del Ángel, donde
simulábamos excesiva admiración levantando la ceja frente a precios
de artículos inalcanzables para nuestro apretado bolsillo.
Mientras afuera,
entre los
andadores y terrazas de la "Zonaja", otros se mezclaban con
homosexuales y extranjeros adinerados cuya solvencia aprovechaban al
descubrirlos contratando un mariachi, fraternizando con ellos al
ritmo de El son de la negra y entonando una versión bizarra
de El rey, gracias
a la afamada calidez mexicana
y el
spanglish que ellos
mismos alentaban.
Calle Génova Zona Rosa CDMX |
Finalmente,
llegada la noche, el ajuste del
presupuesto comenzaba a sonar
sensato. Con
un ápice de buen juicio
separaríamos de
un pellizco lo correspondiente al traslado de regreso, ya fuera para
cubrir la tarifa de un taxi o saldar
entre todos el costoso
estacionamiento de un coche prestado bajo la condición de regresar
“a cierta hora”. Pero
luego de
elegir la eternidad de
un café americano y renunciar al postre gourmet, la certeza del
regreso corría el riesgo de evaporarse en la barra libre de Medusas,
durante la tardeada en Celebration o al subir la escalera de piedra
para cruzar la cadena de Mekano.
Ir a
la disco era el objetivo por el que pacientemente habíamos deambulano
por la "Zonaja" limitando los gastos. Por fin estábamos ahí, aunque
sólo cruzar el umbral y encaminarnos a la mesa bajo el tono violáceo
de la luz negra incrementaba la impaciencia.
El
que espera desespera. En tanto la pista abriera, ellos invertirían
la media luz y un aire casanova para invitarnos una piña colada o
una copa de medias de seda. Nada despreciable, aunque, sin abandonar
la intención, podrían ahorrarse la coctelería si entre todos
cubríamos el importe de una cubeta de cervezas o una botella. Eso
sí, nada de whisky ni vodka; tal vez un pomo de ron o brandy y
refrescos para algunas rondas de cuba libre con hielo, mucho hielo. Y
ahí andábamos, en plena conquista, procurando mantener el estilo y
equilibrar de a poco oxitocina y adrenalina hasta que las luces se
apagaran. Como en el cine, sabes que viene lo mejor.
Bajo
el potente patrón de Orinoco flow, la pista abría entre estallidos
sonoros, rayos luminosos y descargas de hielo seco llenando el foro y
erizando la piel; más, cuando las paredes se inundaban de luces
robóticas con la euforia de INXS y los primeros tonos de New
sensation. Parecía imposible,
pero el instinto
lograba el milagro de
hacernos un hueco entre
el embotellamiento de
la pista,
que lanzaba destellos bajo
nuestros pies mientras nos codeándonos
con el coctel hormonal que en
una sola voz daba brincos al
corear Tú y yo somos uno mismo,
o al
trepar de
un salto sobre las
bocinas simulando el borde de la cornisa que nos hacía vibrar con el instante
previo de Persiana americana,
bajo la intermitente luz de los estrobos reflejándose en la bola
de espejos pendiendo del techo.
Nuestra
música resonaba con fuerza en un lugar donde ansiábamos estar y con quienes queríamos estar…
¿Regresar “a cierta hora”? Ni siquiera nos acordábamos de la
tía alcahueta. El jaleo, la cercanía y el calor de las copas se
alternaban con el láser verde y la penumbra haciendo más difícil
notar el paso de las horas y librar la eterna lucha entre hormona y
neurona, esa que tanto nos encargaron velar desde casa, aunque a
duras penas exhalara en medio del tumulto y la incertidumbre de una
noche que no queríamos ver terminar, aunque el presupuesto limitado y el pomo casi vacío se empeñaran en evidenciar.
Pero
El final de Rostros Ocultos era motivo de sobra para extender
la juerga, decididos a quitarnos la sed con el hielo derretido en la
cubeta e imitar con pequeños sorbos la borrachera y locura de
Enanitos verdes con su Lamento boliviano,
hasta regresar a la
pista con el baile prohibido y los timbales andinos de la Lambada
que escandalizaba a los mayores, quienes seguramente con un café
cargado intentarían acallar desde casa su preocupación por nuestra
seguridad, temiendo en secreto que su creciente insomnio tuviera
sentido si cediéramos al arrebato por bailar las calmaditas al
estilo “cartoncito de cerveza”.
Nada
nos hubiese costado, pero quién querría salir a avisar que todo
estaba bien cuando no podía estar mejor, y cuando nuestro mejor
pretexto lo daba la mismísima "Zonaja" en los teléfonos públicos que
dejaron de ser gratuitos como durante un tiempo tras el terremoto.
Después de todo, cuando por fin saliéramos rumbo al Ángel,
entonando Mil calles llevan hacia ti hasta
la calle Florencia, seguramente nos acompañaríamos de
quienes pagaron por ver el show de Lila Deneken y dejaran el Conjunto
Marrakesh antes, mucho antes de que apagara sus luces y bajara la
cortina…
Escultura calle Amberes y Hamburgo |
Entre
la transformación y los sueños de grandeza la Zona Rosa se había
acostumbrado a vivir en el ojo del huracán, pero si todo lo que
inicia debe terminar, los 80 en la "Zonaja" no serían la excepción.
La niña burguesa que cediera el paso a la tía alcahueta, de pronto
se enfiló hacia el fin del milenio. Dejó de mirarnos con gesto
indulgente cuando Medusas, Celebration, Mekano y el Conjunto
Marrakesh apagaron nuestros sueños de grandeza abandonando la vida
nocturna de la ciudad, mientras Focolare, Konditori y Snob bajaron
definitivamente su cortina dando lugar a nuevos locales comerciales,
entre sex shop, tiendas de conveniencia y boutiques de marcas
transnacionales.
Inevitable
pero no menos nostálgico. De por sí, de aquella zona habitacional
exclusiva de las altas esferas sociales queda muy poco, y después de
años de apostarle como escaparate cosmopolita de los centros
nocturnos y lugares de reunión chic, nuestros caprichos adolescentes
se disiparon con la abrumadora modernidad haciéndolos parecer
triviales.
Calle Florencia |
Pero
si alguien sabe de adaptación es la Zona Rosa. Ahora es cool,
cambia de outfit como de calcetines y se declara en friendly
mood mientras habla
de su crush bajo el lema yolo. Quién
la viera: antes refinada y puritana, luego complaciente y
extrovertida y hoy francamente vertiginosa.
No
le pesa la edad. Mientras
haya vida, seguirá dando rienda suelta a sus pasiones en
antros que las nuevas generaciones aprovechan como pasarela de glamur
y presunción. Yo paso. Ya no estoy para esos trotes, pero desde la
comodidad de mi memoria habrá que reconocerle que el Metrobús la
hizo aún más accesible, que introdujo estaciones de bicicleta y declaró su inclusión sexual hasta en cruces peatonales pintados de
colores.
Así
la personalidad cambiante de la Zona Rosa, demasiado tímida para ser
roja y muy atrevida para ser blanca. Para bien o para mal, ha
convivido con el abolengo y el populacho, la transformación y los
sueños de grandeza, y seguramente seguirá siendo punto de encuentro
para próximos adolescentes. Pero esa es otra historia…
Fuentes:
-
Nicolás Triedo, Zona Rosa en la CDMX, todo lo que debes saber de
este barrio, artículo, sitio web México Desconocido, 22 de
agosto de 2018, consultado el 16 de octubre de 2019:
https://www.mexicodesconocido.com.mx/zona-rosa-en-la-cdmx-todo-lo-que-debes-saber-de-este-barrio.html
-
Puntos de interés, ficha técnica Descubre Zona Rosa, sitio
web Alcaldía Cuauhtémoc, consultado el 16 de octubre de 2019:
https://alcaldiacuauhtemoc.mx/descubre/zona-rosa/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
¿Te trae recuerdos? ¡Cuéntanos tus anécdotas!