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domingo, 3 de mayo de 2020

Zona Rosa, la niña burguesa de la Juárez (Parte 2)

Por Norma Márquez O.

Monumento a los caídos






Entre la transformación y los sueños de grandeza la Zona Rosa se había acostumbrado a vivir en el ojo del huracán, pero en septiembre de 1985 un terremoto magnitud 8.1 llevó su aparente rebeldía al punto de quiebre. De la noche a la mañana, la fiesta fue desplazada por el duelo y el ambiente se llenó de confusión.

La niña burguesa dejó de ser el centro de atención incluso entre sus residentes, quienes se mantenían en vilo por temor a un nuevo sismo mientras se resistían a desalojar inmuebles a punto del colapso, aunque inesperadamente perdieron entre 50 y 80% de su valor original. Si era demasiado tímida para ser roja o muy atrevida para ser blanca, ya no estaba a discusión. Ni la popularidad, ni el estilo clásico y refinado procurado desde principios de siglo libraron a la Zona Rosa de una etapa de decadencia y el abandono fue inevitable.


No había de otra. Antes de terminar los 80, artistas, intelectuales, empresarios y un grupo de vecinos extranjeros apostaron por ella, invirtiendo en sacudirle polvo y apatía consintiéndola hasta devolverle celebridad junto con su característico aire bohemio y festivo, dando carpetazo a un capítulo oscuro y doloroso para la Zona Rosa.

De por sí céntrica; comprobar que la niña burguesa de la Juárez estaba de vuelta protagonizando la vida nocturna de la ciudad, resultaba más que tentador para una generación que me es familiar. Con la edad de la punzada a cuestas, corríamos hacia ella adoptándola como la tía alcahueta y en onda que ponía todo en charola de plata haciéndonos sentir a nuestras anchas, tanto que nos valimos de su indulgencia para llevarle penas y alegrías tuteándola como “Zonaja” sin ningún empacho.

Y es que vivíamos con la impaciencia por comernos el mundo de una mordida, y la “Zonaja” se convirtió en el lugar donde disfrazábamos nuestra rebeldía y absurda presunción de una elemental búsqueda de identidad: nosotras vistiendo blusones con hombreras y cinturón ancho, accesorios neón y copetes monumentales; ellos usando camisa de algodón con corbata estrecha, pantalón con pinzas y TopSiders sin calcetín, si no es que unos finísimos Gino Cherruti.

Todo, con tal de colgarnos de la fama de la “Zonaja” y llamar la atención del resto. No nos importaba el tráfico ni el presupuesto limitado; con suficiente terquedad, acarreábamos nuestros caprichos tarareando Ni tú ni nadie como Alaska y Dinarama, lloriqueábamos desamor con Es tan fácil romper un corazón o remedábamos el bajo que nuestro imaginario hacía retumbar Lobo hombre en París desde Reforma hasta Florencia con la glorieta del Ángel en la mira…

Ángel de la Independencia
Pobre Ángel. Yo, en su lugar, hubiese aprovechado la actitud de vuelo alejando sus veteranos 6.7 metros de bronce de la inmadurez que lo rodeábamos en manada. Pero tuvo la mala suerte de custodiar el destino final donde aportaríamos nuestra escasa pero incondicional derrama económica de fin de semana, fingiendo un glamur que nos quedaba grande tras desechar la utopía de alojarnos una noche en el Century o el Geneve, como hacían holgadamente los turistas extranjeros.

Imposible acceder al pintoresco comedor de Focolare, parlotear en un salón de té como el Snob o saborear un strudel de manzana a media tarde en Konditori. Si acaso podríamos esperar que oscureciera desde los gabinetes de Sanborns muy a pesar de las meseras, quienes no tendrían más remedio que llevar su huipil triangular y algunos menús a nuestra mesa, experimentando una punzada bajo su peculiar cofia por atender a escuincles rebeldes que hacíamos de lado la carta y la servilleta de tela atiborrando el cenicero con colillas, en tanto cuchicheábamos sacando ventaja del refill para librar la cuenta entre los sorbos de un eterno café americano.

Lo mismo aparentábamos intelectualidad en tiendas de artesanías y galerías de arte o en los pasillos de Plaza del Ángel, donde simulábamos excesiva admiración levantando la ceja frente a precios de artículos inalcanzables para nuestro apretado bolsillo. Mientras afuera, entre los andadores y terrazas de la "Zonaja", otros se mezclaban con homosexuales y extranjeros adinerados cuya solvencia aprovechaban al descubrirlos contratando un mariachi, fraternizando con ellos al ritmo de El son de la negra y entonando una versión bizarra de El rey, gracias a la afamada calidez mexicana y el spanglish que ellos mismos alentaban.

Calle Génova
Zona Rosa CDMX
Finalmente, llegada la noche, el ajuste del presupuesto comenzaba a sonar sensato. Con un ápice de buen juicio separaríamos de un pellizco lo correspondiente al traslado de regreso, ya fuera para cubrir la tarifa de un taxi o saldar entre todos el costoso estacionamiento de un coche prestado bajo la condición de regresar “a cierta hora”. Pero luego de elegir la eternidad de un café americano y renunciar al postre gourmet, la certeza del regreso corría el riesgo de evaporarse en la barra libre de Medusas, durante la tardeada en Celebration o al subir la escalera de piedra para cruzar la cadena de Mekano.

Ir a la disco era el objetivo por el que pacientemente habíamos deambulano por la "Zonaja" limitando los gastos. Por fin estábamos ahí, aunque sólo cruzar el umbral y encaminarnos a la mesa bajo el tono violáceo de la luz negra incrementaba la impaciencia.

El que espera desespera. En tanto la pista abriera, ellos invertirían la media luz y un aire casanova para invitarnos una piña colada o una copa de medias de seda. Nada despreciable, aunque, sin abandonar la intención, podrían ahorrarse la coctelería si entre todos cubríamos el importe de una cubeta de cervezas o una botella. Eso sí, nada de whisky ni vodka; tal vez un pomo de ron o brandy y refrescos para algunas rondas de cuba libre con hielo, mucho hielo. Y ahí andábamos, en plena conquista, procurando mantener el estilo y equilibrar de a poco oxitocina y adrenalina hasta que las luces se apagaran. Como en el cine, sabes que viene lo mejor.

Bajo el potente patrón de Orinoco flow, la pista abría entre estallidos sonoros, rayos luminosos y descargas de hielo seco llenando el foro y erizando la piel; más, cuando las paredes se inundaban de luces robóticas con la euforia de INXS y los primeros tonos de New sensation. Parecía imposible, pero el instinto lograba el milagro de hacernos un hueco entre el embotellamiento de la pista, que lanzaba destellos bajo nuestros pies mientras nos codeándonos con el coctel hormonal que en una sola voz daba brincos al corear Tú y yo somos uno mismo, o al trepar de un salto sobre las bocinas simulando el borde de la cornisa que nos hacía vibrar con el instante previo de Persiana americana, bajo la intermitente luz de los estrobos reflejándose en la bola de espejos pendiendo del techo.

Nuestra música resonaba con fuerza en un lugar donde ansiábamos estar y con quienes queríamos estar… ¿Regresar “a cierta hora”? Ni siquiera nos acordábamos de la tía alcahueta. El jaleo, la cercanía y el calor de las copas se alternaban con el láser verde y la penumbra haciendo más difícil notar el paso de las horas y librar la eterna lucha entre hormona y neurona, esa que tanto nos encargaron velar desde casa, aunque a duras penas exhalara en medio del tumulto y la incertidumbre de una noche que no queríamos ver terminar, aunque el presupuesto limitado y el pomo casi vacío se empeñaran en evidenciar.

Pero El final de Rostros Ocultos era motivo de sobra para extender la juerga, decididos a quitarnos la sed con el hielo derretido en la cubeta e imitar con pequeños sorbos la borrachera y locura de Enanitos verdes con su Lamento boliviano, hasta regresar a la pista con el baile prohibido y los timbales andinos de la Lambada que escandalizaba a los mayores, quienes seguramente con un café cargado intentarían acallar desde casa su preocupación por nuestra seguridad, temiendo en secreto que su creciente insomnio tuviera sentido si cediéramos al arrebato por bailar las calmaditas al estilo “cartoncito de cerveza”.

Nada nos hubiese costado, pero quién querría salir a avisar que todo estaba bien cuando no podía estar mejor, y cuando nuestro mejor pretexto lo daba la mismísima "Zonaja" en los teléfonos públicos que dejaron de ser gratuitos como durante un tiempo tras el terremoto. Después de todo, cuando por fin saliéramos rumbo al Ángel, entonando Mil calles llevan hacia ti hasta la calle Florencia, seguramente nos acompañaríamos de quienes pagaron por ver el show de Lila Deneken y dejaran el Conjunto Marrakesh antes, mucho antes de que apagara sus luces y bajara la cortina…

Escultura calle Amberes y Hamburgo
Entre la transformación y los sueños de grandeza la Zona Rosa se había acostumbrado a vivir en el ojo del huracán, pero si todo lo que inicia debe terminar, los 80 en la "Zonaja" no serían la excepción. La niña burguesa que cediera el paso a la tía alcahueta, de pronto se enfiló hacia el fin del milenio. Dejó de mirarnos con gesto indulgente cuando Medusas, Celebration, Mekano y el Conjunto Marrakesh apagaron nuestros sueños de grandeza abandonando la vida nocturna de la ciudad, mientras Focolare, Konditori y Snob bajaron definitivamente su cortina dando lugar a nuevos locales comerciales, entre sex shop, tiendas de conveniencia y boutiques de marcas transnacionales.


Inevitable pero no menos nostálgico. De por sí, de aquella zona habitacional exclusiva de las altas esferas sociales queda muy poco, y después de años de apostarle como escaparate cosmopolita de los centros nocturnos y lugares de reunión chic, nuestros caprichos adolescentes se disiparon con la abrumadora modernidad haciéndolos parecer triviales.

Calle Florencia
Pero si alguien sabe de adaptación es la Zona Rosa. Ahora es cool, cambia de outfit como de calcetines y se declara en friendly mood mientras habla de su crush bajo el lema yolo. Quién la viera: antes refinada y puritana, luego complaciente y extrovertida y hoy francamente vertiginosa

No le pesa la edad. Mientras haya vida, seguirá dando rienda suelta a sus pasiones en antros que las nuevas generaciones aprovechan como pasarela de glamur y presunción. Yo paso. Ya no estoy para esos trotes, pero desde la comodidad de mi memoria habrá que reconocerle que el Metrobús la hizo aún más accesible, que introdujo estaciones de bicicleta y declaró su inclusión sexual hasta en cruces peatonales pintados de colores.

Así la personalidad cambiante de la Zona Rosa, demasiado tímida para ser roja y muy atrevida para ser blanca. Para bien o para mal, ha convivido con el abolengo y el populacho, la transformación y los sueños de grandeza, y seguramente seguirá siendo punto de encuentro para próximos adolescentes. Pero esa es otra historia…

Fuentes:
- Nicolás Triedo, Zona Rosa en la CDMX, todo lo que debes saber de este barrio, artículo, sitio web México Desconocido, 22 de agosto de 2018, consultado el 16 de octubre de 2019: https://www.mexicodesconocido.com.mx/zona-rosa-en-la-cdmx-todo-lo-que-debes-saber-de-este-barrio.html
- Puntos de interés, ficha técnica Descubre Zona Rosa, sitio web Alcaldía Cuauhtémoc, consultado el 16 de octubre de 2019: https://alcaldiacuauhtemoc.mx/descubre/zona-rosa/

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