Por
Norma Márquez
Con
el
inconfundible silbido de una flauta de carrizo
en
versión de
polietileno,
el
afilador pedalea
entre las
calles ofreciendo
su
servicio,
alternando
una y otra vez el
silbido con su
típico pregón: “¡el afiladoooor!” Luego,
a
esperar.
Preservando
un
oficio que llegó a México en la época colonial, él
y la
piedra de
esmeril adaptada
a su bicicleta están
listos
para trabajar con
todo tipo de utensilios que requieran filo.
Del
puesto de jugos sale su primer cliente,
dando
cierta certidumbre a la permanencia
de
un
oficio ambulante
que
se
enfrenta día
a día con la
tendencia
“úsese
y tírese”, junto con el boom
de
cuchillos japoneses que prometen filo eterno en
las cocinas mexicanas.
Otra
vez a
pedalear, ahora
para
echar a rodar
la
piedra de esmeril. Entre
el choque y el ángulo preciso aquello
echa chispas, pero
35
años de experiencia le
dan
suficiente
dominio
y
en
cuestión
de minutos obtiene
el
resultado
deseado.
La
destreza del afilador es
uno de tantos oficios que me eran cotidianos desde la infancia y
que
hoy están en
franco peligro de extinción. Mi
lado nostálgico pretende custodiarlo
con
este
pequeño escrito,
pero
para aportar a
la causa del
día,
¡voy
por mis
tijeras!
Fuente:
Leonor Torres Estrella Vianey, Los
mexicanos que extrañan el sonido de los cuchillos,
articulo web El Universal, 2016.
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