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lunes, 7 de mayo de 2018

“¡El afiladoooor!”


Por Norma Márquez

Con el inconfundible silbido de una flauta de carrizo en versión de polietileno, el afilador pedalea entre las calles ofreciendo su servicio, alternando una y otra vez el silbido con su típico pregón: “¡el afiladoooor!” Luego, a esperar.

Preservando un oficio que llegó a México en la época colonial, él y la piedra de esmeril adaptada a su bicicleta están listos para trabajar con todo tipo de utensilios que requieran filo.

Del puesto de jugos sale su primer cliente, dando cierta certidumbre a la permanencia de un oficio ambulante que se enfrenta día a día con la tendencia “úsese y tírese”, junto con el boom de cuchillos japoneses que prometen filo eterno en las cocinas mexicanas.

Otra vez a pedalear, ahora para echar a rodar la piedra de esmeril. Entre el choque y el ángulo preciso aquello echa chispas, pero 35 años de experiencia le dan suficiente dominio y en cuestión de minutos obtiene el resultado deseado.

La destreza del afilador es uno de tantos oficios que me eran cotidianos desde la infancia y que hoy están en franco peligro de extinción. Mi lado nostálgico pretende custodiarlo con este pequeño escrito, pero para aportar a la causa del día, ¡voy por mis tijeras!

Fuente: Leonor Torres Estrella Vianey, Los mexicanos que extrañan el sonido de los cuchillos, articulo web El Universal, 2016.


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