Por Norma Márquez
Seamos
realistas: el amor en tiempos de redes sociales no se parece ni
tantito al que se profesaban los enamorados a mediados del siglo
pasado. La serenata, del latín serenus, hace referencia al
sosiego y la calma de un cielo sin nubes en la intemperie de la
noche.
Incorporando
instrumentos musicales, la promesa de amor o la reconciliación bajo
el balcón del ser amado completarían ese idílico momento para dar
rienda suelta al canto como máxima expresión del romanticismo, un
ritual prácticamente extinto popularizado en México en los años
50, a través de cintas de Pedro Infante, Agustín Lara o Luis
Aguilar como protagonistas.
“Una, dos, tres”. A la conquista del balcón (preferiblemente sin maceta, por si acaso), entre la penumbra, la incertidumbre y la impaciencia, el factor sorpresa para ambas partes jugaría un papel crucial con las primeras notas del repertorio, a la espera de que el balcón se iluminara con la luz interior como buen augurio para mitigar la incertidumbre. El resto, bien podría ser símbolo inequívoco de correspondencia, pero esa ya es otra historia...
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